jueves, 6 de noviembre de 2008

LA MANADA (5)



La manada se organiza siguiendo una estricta pauta jerárquica, por la que cada miembro de la manada tiene un lugar, o estatus, que determina el acceso al alimento, o la posibilidad de reproducción. El orden de dominancia impide peleas innecesarias entre los miembros de una manada de lobos- y con ello heridas que pudieran ser graves- ; en caso de surgir una disputa entre dos lobos de una misma manada, el de rango inferior, adoptará una actitud sumisa y se rendirá sin luchar (salvo que se arriesgue a retar al de rango superior). Así mismo, un lobo joven puede ser expulsado de la manada, o marcharse por su propio pie.

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Los meses que siguieron fueron probablemente los más felices de mi vida (y más adelante descubrí que también de los de Loli), al principio tratamos de ocultar nuestra historia pero nos dimos cuenta que en el barrio aquella era una tarea imposible. Una noche cuando toda la pandilla estaba reunida, Loli se acercó a mí y me dio un beso, las caras de sorpresa de Pepe, del “tuerto” y de los demás al principio me causaron una cierta hilaridad, pero pronto intuí que Edu se había sentido incómodo, como si aquella demostración de cariño público hubiera erosionado parte de su autoridad. La act¡tud del “jefe” empezó a cambiar, al principio de forma sutil, más adelante la crispación aumentó y cualquier pequeña diferencia provocaba una reacción desmesurada frente a mí.

Pronto empezaron cambios en nuestras vidas, la crisis del petróleo que azotaba Europa parecía pasar de puntillas por nuestro país, sumido en las postrimerías de un régimen paternalista que escondía la realidad macroeconómica mundial a sus súbditos, además nosotros éramos demasiado jóvenes para preocuparnos por ello, y el trabajo no escaseaba todavía. Edu empezó a trabajar como dependiente en una joyería propiedad de la familia Baqués, su tío le consiguió el empleo a la vista de su disipada vida pandillera. Era gracioso ver al “jefe” detrás del mostrador de la relojería, tan cerca del botín con el que habría soñado unas semanas antes. También los demás empezaron a trabajar; Pepe como vendedor de productos de limpieza a granel recorría cada día los edificios de la ciudad cargado con enormes bidones de jabón “La Lagartija”, los gemelos Zipi y Zape en un almacén “sumergido” dedicaban cada día doce horas de sus vidas a montar con cola las pantallas de papel de lámparas clásicas en unas estructuras de alambre, a 10 céntimos la lámpara. Manolo “el del bombo” fue uno de los más afortunados, al cumplir los dieciocho se sacó el carnet de conducir camiones, y el ayuntamiento le contrató como funcionario en la empresa municipal de limpiezas conduciendo el de la basura, una colocación irrenunciable y un “trabajo fijo para toda la vida” en palabras de su madre. También “el tuerto” consiguió empezar a trabajar como mozo en unos grandes almacenes de Barcelona ,“ Jorba preciados” ,nueva denominación de los antiguos almacenes Jorba tras ser comprados por Galerías Preciados, casi se gastaba en transportes y comidas lo que percibía de salario.

Tan solo yo continuaba estudiando, más por empeño de mi padre que por voluntad propia. Con amargura veía como el resto de los compañeros de la pandilla llevaban el bolsillo caliente, mientras que mis gastos eran financiados por Loli semana tras semana. Una noche ya finalizando el bachillerato, al llegar a casa mi padre me esperaba con una gran sonrisa, en su mano sostenía una sobre elegantísimo de La Caja de Pensiones para la vejez y de Ahorros.


.- Ven Xavier, tenemos que hablar de un asunto sobre el que no he querido decirte nada hasta ahora.


Mi padre era el único que me llamaba Xavier, el resto del mundo conocido, incluida Loli, me llamaban Javi. Cuando mi padre se quería revestir de autoridad se sentaba en la mesa del comedor y le pedía a mi madre que nos dejara a solas.


.- Léela tu mismo, es la oportunidad de tu vida.


La carta era una repuesta a la solicitud que mi padre había tramitado en aquella entidad financiera, cuya obra social financiaba a los estudiantes de buen expediente académico con becas de estudios en la universidad Complutense de Madrid. En aquellos años, ni mi familia, ni ninguna otra del barrio de santa Rosa podía permitirse sufragar una carrera a sus hijos, pero la concesión de aquella beca, que debía haberme alegrado, supuso el advenimiento de negras sombras a mi vida y alejarme de Loli por cinco años pesaba como una losa en mi voluntad, aún así, consciente del esfuerzo realizado por mi padre, tomé la decisión de aceptarla.

No fue la oportunidad de mi vida, al menos en la forma que pensó mi progenitor, aquella beca marcaría toda mi existencia a fuego candente y me puso en el trágico camino que ya no habría de dejar hasta hoy.

domingo, 2 de noviembre de 2008

LA MANADA(4)



Los años transcurrían en el barrio sin que ocurrieran acontecimientos de relevancia; igual que en el resto del país, en Santa Rosa la gente vivía sumida en la mediocridad que una dictadura gris iba imponiendo día tras día, donde la creatividad se veía ahogada por la censura y las ideas por la represión. Nuestra pandilla, al contrario que muchas otras, permanecía muy unida, Edu poco a poco empezó a manejar todos los resortes de poder en el grupo, su ascendencia sobre la mayoría le permitía ejercer de auténtico “jefe” y desplegar una capacidad de liderazgo que ya en esos días me asustaba, en ocasiones parecía más el gurú de una secta, al cual obedecían de forma ciega sus adeptos que el cabecilla de una cuadrilla de chavales.

Edu era huérfano, sus padres murieron en las terribles inundaciones que arrasaron la comarca del Vallés en 1962, el agua de las fuertes lluvias que desbordó la riera de Terrassa, arrastraron parte del barrio de barracas ubicado en el cauce y sus padres perecieron ahogados. Él, entonces un niño, salvó la vida de milagro al sacarlo su tío de la barraca segundos antes de la gran avenida. Desde entonces vivía con su tío, viudo desde aquellos trágicos acontecimientos, en la pequeña masía de Can Pistráus, propiedad de una familia de joyeros de Barcelona, que había quedado aislada entre el barrio de Santa Rosa y un polígono industrial adyacente cuando el crecimiento desaforado de la ciudad rebasó los límites del casco urbano e invadió los campos de cultivo del extrarradio. La familia Baqués, en concreto el patriarca de la familia, Domingo Baqués Ulldemolins “ Senyor Mingu” cedió el uso de la masía a su chofer y según las malas lenguas guardaespaldas personal, el tío de Edu, Roberto Sánchez.

Roberto Sánchez era un personaje enigmático, su personalidad desprendía un cierto magnetismo que trascendía a su aparente ocupación de chofer; siempre vestido de negro, con un traje de sastrería, camisa gris y corbata negra, cubría su incipiente calva con una gorra de pana del mismo color del vestido. Era un hombre tosco y huraño, muchas veces nos había echado con cajas destempladas cuando acudíamos a buscar al “jefe”, a veces le veíamos en el patio de la masía lavando el flamante "Dodge Dart" propiedad del “Senyor Mingu” y toda la pandilla nos acercábamos a admirar aquella preciosa máquina americana, pero Roberto con una sola mirada era capaz de hacernos retroceder hasta la verja de entrada al camino. Las malas lenguas del barrio, decían que Roberto no era un mero chofer, que le habían visto llegar a altas horas de la madrugada acompañando al “Senyor Mingu” y a otros misteriosos hombres todos ellos vestidos de negro, y que tras entrar en la masía las luces permanecían encendidas hasta el amanecer.

Las tardes de los domingos las pasábamos en los futbolines del bar Rute, un espacio en el que éramos los “putos amos”, hacía ya varios meses que nos dedicábamos a robar en las obras de las fábricas pequeño material de construcción que luego revendíamos a algún albañil del barrio. Manejábamos el suficiente dinero como para ser respetados y atendidos en el bar a pesar de nuestra edad, solo Edu acababa de cumplir los 18. Yo aunque participaba de las actividades de la pandilla, era el único que seguía estudiando, mi padre decidió a la vista de mis excelentes calificaciones, que tenía que esforzarme y seguir estudiando, y consiguió por medio de alguna influencia rescatada de los “tiempos felices” como él los denominaba, que fuera admitido en un colegio del Opus Dei de una cercana población donde me dispuse a terminar el bachillerato, la “obra financiaría mis estudios a la vista de mis extraordinarias notas. Lo cierto es que nunca me supuso un gran esfuerzo tener el mejor expediente del colegio.

Loli aunque un año mayor que yo, se pasaba horas viéndome jugar en aquel futbolín, se había convertido en un anexo de “ la colla”, charlábamos largos ratos, incluso a veces incomodaba a los demás, que veían como ella me absorbía tanto tiempo que incluso les dejaba de prestar atención en nuestra reuniones de “negocios”. Con el tiempo me di cuenta que estaba enamorado de esa chica, capaz por un lado de cortar a cualquier borracho y sacarlo a empujones del bar y por otro de ser el ángel más tierno y cariñoso que había conocido. Cada tarde al volver del colegio, Loli salía del bar y me iba a buscar, me acercaba una cerveza y juntos nos perdíamos detrás de la caseta del transformador eléctrico, en un espacio privado donde nadie nos veía y donde estábamos a salvo de las maldades del resto de la pandilla.; yo le contaba todo lo que me había ocurrido durante el día, la ilustraba sobre mis acaudalados compañeros de colegio y a veces le contaba algún cuento que escribía en el descanso, ella me escuchaba con un brillo en los ojos que me hacía suponer que también estaba enamorada de mí, un día mientras le estaba contando una historia de piratas, me cerro los labios con la mano y me besó. Me besó como había soñado que nos besábamos desde que la conocí, y que debido a mi patológica timidez nunca fui capaz de proponerle, fue un beso tan cálido que puso en ebullición todas las moléculas de mi cuerpo. Después salió corriendo hacia el bar, pero cuando había recorrido unos metros se dio la vuelta y sonriendo me gritó:

.- Ya soy tu novia tonto, que no te vea nunca con otra.

Ese fue mi primer beso, que no mi primera experiencia sexual; con el dinero que ganábamos producto de los pequeños hurtos, habíamos ido todos juntos “ de putas” hacía pocas semanas al barrio chino de Barcelona, Edu nos llevó a un local de la calle Robadors donde un grupo de mujeres de bastante edad dieron cuenta de aquellos muchachitos de pueblo, pero aquella mujer que me inició en el sexo no dejó en ningún momento que la besara, decía que los besos son el acto de amor más importante que dos personas pueden ofrecerse, que los reservaba para su marido, y que follar no dejaba de ser un negocio.

¡Cuanta sabiduría encerraban aquellas palabras de la señora Puta!