viernes, 3 de julio de 2009

MICRORELATO BAJO FOTOGRAFIA DE GAVIOTA EN UN VIERNES DE VERANO.






Margarita, está linda la mar,
y el viento lleva esencia sutil de azahar
...


Esos versos de Rubén Darío pasaban fugaces por mi mente mientras encendía el último cigarrillo del paquete, y me traían a la memoria su sonrisa cada vez más desdibujada por el tiempo. Una gaviota planeaba ante mis ojos interpretando una delicada danza al compás de las corrientes de aire, y al fondo las olas rompían en una orgía de espuma blanca contra las rocas.


Entre tanto, apurando las últimas caladas, yo seguía reflexionando sobre mi futuro sentado al borde del acantilado.

domingo, 28 de junio de 2009

EL COLECCIONISTA.


Desde su infancia había coleccionado billetes de ida y vuelta, tenía una extensa colección de experiencias acumuladas en su memoria que le habían ido convirtiendo en lo que era. Fede pensaba que la vida es como un inmenso apeadero desde donde compramos los billetes que nos conducen hacia inescrutables viajes a través del tiempo, y que una vez completados nos devuelven una y otra vez a la misma taquilla, donde habremos de seguir comprando más.

Recordaba algunos de ellos, quizás el primero por ser iniciático, le quedó registrado en la memoria con tal nitidez que los detalles conformaban un delicioso mosaico de colores, imágenes y sonidos que le acompañaron toda su vida. Aquellos veraneos de su niñez y adolescencia en Sant Hilari, los juegos en el jardín de la casa de Montse, una niña pelirroja que no se despegaba de él durante todo el verano; los preparativos de la fiesta de disfraces con el resto de “ la colla” que cada final de agosto celebraban en la pequeña discoteca del pueblo como fin de la temporada turística; las excursiones en bicicleta por los bosques cercanos, y su primer beso junto al tronco de aquella encina centenaria de la “Font del Sastre” en la que dejaron grabados sus nombres dentro de un corazón.

También le vino a la mente uno de los más dolorosos, el que tuvo un regreso más difícil, su paseo de ocho años por los infiernos de la droga. Aquel tren de alta velocidad que al principio circula por oníricos paisajes de luces y sensaciones, pero que en un punto de no retorno se adentra en un oscuro túnel sin final.Se acordó de las interminables noches de subidas y bajadas, de los “monos”, de los días recorriendo como un pobre diablo el camino de los yonkis hacia el barrio de La Mina donde “ligar” unas papelinas para ir tirando, del abandono de su trabajo, del hacer cualquier cosa por una raya. Y de sus padres, que fueron quienes le rescataron y le trajeron de vuelta sin pedirle nada a cambio, sacrificando parte de su vida para que él pudiera volver.

Después llegó Alicia, que puso serenidad a su existencia y con la que recorrió el viaje más bonito. Con ella disfrutó de la vida en toda su extensión; la convivencia diaria fue tejiendo un trama de complicidad que les permitía afrontar cualquier reto que se propusieran, la llegada de los hijos, su educación y la creación de una familia razonablemente feliz. Un viaje por la ternura, sin tópicos ni pasiones exageradas, pero con todos los matices que configuran una verdadera historia de amor.

Al final, un cáncer se llevó a su compañera antes que a él. Paradójicamente y a pesar de sus excesos, la vida le condenó a vivir los últimos días de Alicia y ver cómo se iba convirtiendo en una triste sombra de lo que fue. Tras una lucha desigual contra la muerte y el sufrimiento salieron derrotados. Sus hijos, absorbidos por el trabajo y la “modern way of life” hacía tiempo que solo le visitaban por Navidad y en contadas ocasiones; de hecho le insinuaban con frecuencia, y cada vez con mayor insistencia, la conveniencia de ingresar en una residencia geriátrica donde le aparcarían para el resto de sus días.

Fede observaba con un placer inusual aquel billete, el más deseado de su extensa colección de tickets de viajes, este último solo de ida. Aquella vieja escopeta de caza Beretta brillaba como la tarde, hacía ya más de cuarenta años, cuando la vio en el escaparate de la armería y destinó todos sus ahorros para adquirirla. La había estado limpiando con un paño aceitado durante todo el día, y comprobado todos sus mecanismos con minucioso cuidado. Sus ancianas manos recorrían la culata acariciando la madera barnizada como se acaricia la suave piel de una amante. Introdujo con parsimonia dos cartuchos para cazar jabalíes, con unos enormes perdigones diseñados para penetrar la gruesa piel de los salvajes ungulados, se sentó en aquel sillón donde tantas veces había visto jugar a sus hijos junto a la chimenea, y apoyando el extremo del cañón en su barbilla, con el dedo del pié accionó el gatillo. Un sonido seco retumbó en el salón y se extendió por toda la casa como fedatario de la partida hacia su postrer destino.