martes, 21 de julio de 2009

EL IMBECIL.

Federico era un imbécil de manual.

Al nacer se propuso no llorar porque había escuchado desde el útero materno en alguna serie de televisión, que los hombres no lloran delante de las mujeres. La enfermera a instancias del médico le iba dando palmadas en el culo para que emitiera sus primeros sonidos:

.- Dele más fuerte enfermera.

.- Doctor, este niño no llora, no le puedo azotar más.

.- ¡Péguele mujer!

Ni las comadronas más veteranas habían visto jamás una paliza semejante en el hospital materno. Su pobre madre lloraba desconsoladamente espatarrada en la mesa de partos:

.- Hijo mío llora… ¡llora idiota, llora!

Y Federico empezó a llorar ¡y tanto que lloró! No paró de llorar durante los tres primeros años, convirtiendo la vida de sus padres en un auténtico infierno.

En el colegio sus dotes de gaznápiro eran bien conocidas, pero si algún episodio se recuerda, es aquel en el que Federico un día ventoso apostó ante el jolgorio general de sus compañeros, que su meada podría con la fuerza del viento de levante. En Cádiz, aún hoy se cantan chirigotas por carnaval sobre la desafortunada apuesta:

Apostaba el tonto de Federico
que con el viento podría el pito… ( tururututú)
Y girándose hacia el Levante
sacó la chorra y lanzó el chorrito… ( tururututú)


Tuvo varias novias, aunque ninguna le duró más de unas semanas. Solo aquella chica que conoció en un concierto de Víctor Manuel fue capaz de aguantarle, y tras un breve noviazgo se casaron.

“Solo pienso en ti. Juntos de la mano, se les ve por el jardín.”

Resu, que así se llamaba su sufrida esposa, un día llamó a una amiga para contarle sus desventuras:

.- Ana, no puedo más, me voy a divorciar de Federico. ¡Mira que fui idiota cuando me casé con él!

Su amiga la consolaba como buenamente podía:

.- Los dos, los dos sois idiotas, no te olvides de él.


El pobre Federico se volvió a quedar solo en la vida, y entró en una profunda depresión que le llevó a perder el trabajo. Cuando el Director de Recursos Humanos de la empresa le pidió al Director General que le indicara la causa del despido, su respuesta no admitía dudas:

.- Pon en la carta de despido, “por gilipollas”.

A pesar del éxodo de neuronas en el cerebro de Federico, este no era todavía tan tonto como para quedarse de brazos cruzados, así que recurrió a los Tribunales. El Juez de lo Social a la vista de las alegaciones de las partes, y muy en especial de la declaración del pobre Federico, confirmó el despido declarándolo plenamente procedente e imponiéndole las costas por haber interpuesto una demanda de forma temeraria.

La depresión le condujo a la locura, y fue internado en un Centro Psiquiátrico. Los últimos años de su vida los dedicó a la noble dedicación de entretener a los internos crónicos en estado vegetativo; cada tarde dirigía sus pasos a la sala “Despertares” para leerles una recopilación de las mejores poesías que había ido escribiendo a lo largo de su vida. Tras mucho tiempo el trabajo de Federico dio sus frutos; un pobre muchacho que botaba compulsivamente una pelota de baloncesto en un rincón de la sala desde hacía quince años se la tiró a la cabeza, y un enfermo paralizado movió lentamente sus manos hacia la garganta de su infortunado benefactor, apretando fuertemente hasta acabar con él.


Federico murió como mueren los cretinos, víctima de su propio éxito.