martes, 8 de junio de 2010

LA CULPA ES NUESTRA.




Andamos todos buscando culpables a la crisis económica, financiera y social que nos asola. El Presidente del Gobierno después de hartarse a gritar a los cuatro vientos que España no estaba en recesión, se propuso crear un clima de optimismo con el fin de que este contagiara a la sociedad y ello nos sacara del pozo ( un ejemplo más del pensamiento Alicia de nuestro presidente). La oposición (obviamente por motivos de conveniencia electoral) carga sus tintas contra el gobierno Zapatero, y haciendo gala de una irresponsabilidad de adolescente gamberro, vota en contra de las (únicas) medidas que toma el gobierno para intentar dar un golpe de timón a su desastrosa gestión de los últimos tres años.


A todo esto le podemos sumar la poca predisposición del sector financiero para asumir su responsabilidad, la nula capacidad de los sindicatos y organizaciones empresariales para entender que la situación en la que nos encontramos no es una mala coyuntura económica, sino el fin de un ciclo y el principio de un tiempo en el que los ciudadanos tendremos que acostumbrarnos a ser mucho más pobres.Tampoco los ciudadanos podemos eximirnos de nuestros pecados, y estos son los más graves; hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, nos hemos endeudado más allá de lo que razonablemente debíamos, nos convertimos durante los años de la burbuja inmobiliaria en “yonquis” del dinero fácil suministrado por los “camellos” bancarios, y lo que es peor, dimos nuestra confianza en quienes no lo merecían.


Una de las cuestiones formales básicas de la democracia para los liberales del siglo XVIII y XIX era la determinación para elegir a las personas competentes para tomar decisiones en nombre del pueblo. Alexis de Tocqueville consideró que la intervención en la esfera pública de los ciudadanos generaría una dinámica positiva que se retroalimentaría orientando los objetivos hacía el interés común y la mejora de las capacidades de las personas, y esta mejora en las capacidades de los ciudadanos estimularía la participación de los individuos orientando sus objetivos hacia el bien común, y así sucesivamente…


¡ Grave error el de Tocqueville al no prever que la política acabaría convirtiéndose en una profesión, a la que dedicarían con el tiempo sus esfuerzos los menos dotados para la empresa privada! No todos, claro está, pero si que en los últimos años se ha ido formando una “casta” de intocables que residen de forma permanente en las sedes de los principales partidos. Individuos e (individuas) que sin la más mínima experiencia en gestión, pasan de la universidad (en el mejor de los casos) a gestionar el presupuesto de una concejalía o alcaldía de decenas de millones de euros anuales. Cuando este tsunami funesto ha llegado a las más altas instancias de los partidos, nos encontramos en la triste situación actual.


Es nuestra culpa, sí. Nosotros y solo nosotros, los ciudadanos, somos los responsables del desaguisado. Nos privamos en el año 2004 de tener una confrontación entre dos monstruos de la política como eran Rato y Solana, y optamos por otros dos “monstruitos” como Zapatero y Rajoy, máximos exponentes de esa casta de pseudofuncionarios de la política, numerarios de los partidos residentes en Ferraz y Génova, y ahora pagamos las consecuencias. Les hemos dado a los partidos el timón de nuestras vidas, y ahora son adolescentes con canas quienes deciden nuestro futuro. Ahora llega el tiempo del llorar y rechinar de dientes y de entonar el "mea culpa".