Había recorrido aquella vieja carretera cientos de veces, pero era la primera vez que descubría detalles nunca percibidos con anterioridad. Desde que adquirieron la casa de la playa unos años atrás, allí había pasado los momentos más felices de su vida junto a Margarita y los niños; era una antigua casa modernista construida a principios del siglo anterior por el arquitecto Puig i Cadafalch en lo alto de una pequeña loma del Cap de Creus, encastada en las rocas que emergían del mar enbravecido por la tramontana.
Xavier y Marga eran uno de los patrones más representativos de las parejas de éxito del momento. Ella, abogada y socia de uno de los más importantes bufetes de Barcelona, una profesional reconocida en el ámbito del derecho urbanístico, una especialidad en auge en el último decenio, provenía de una de las familias de la alta burguesía catalana; hija de un prestigioso oftalmólogo, nunca quiso seguir la senda de la saga familiar. Xavier, en cambio era un hombre hecho a sí mismo. Premio extraordinario de carrera en la facultad de económicas de la Universidad de Barcelona, y director financiero de un holding de empresas multinacionales, sus orígenes no tenían un pedigree reseñable. Sus padres, emigrantes andaluces en la década de los sesenta, tuvieron unos inicios muy duros en la tierra que les acogió; la madre, Doña Rosario, se pasó media vida limpiando las casas de aquella clase adinerada que hoy conformaban el cerrado círculo de sus amistades. El padre fue hasta que murió, un humilde bedel del hospital propiedad de su suegro; en una de las visitas que regularmente le hacía al salir de la universidad, conoció a Marga, y sus caminos se cruzaron en un indeterminado punto de la vida por una casualidad, como si el destino le hubiera querido regalar aquella mañana su tesoro más preciado.
La carretera serpenteaba entre pinares y recónditas calas de la costa brava. Xavier intentaba evadir sus pensamientos de los sucesos acontecidos en las últimas horas, pero su mente volaba una y otra vez hacía el inmediato pasado como una de aquellas gaviotas que se cruzaba ante su coche en cada recodo del camino.
Cuando a primeras horas de la mañana, recibió en su despacho la llamada del Director General de la compañía citándole de forma inmediata a una reunión, su intuición profesional le decía que aquel requerimiento no auguraba nada bueno para su futuro. Hacía meses que los resultados de la empresa estaban en caída libre, y las pérdidas se acumulaban trimestre a trimestre sin que el equipo gestor que él dirigía pudiera revertir la situación. La crisis económica y financiera mundial era tan profunda que ni a corto ni a medio plazo se vislumbraban soluciones efectivas para paliar el descenso de las ventas.
.- Siéntese Sr. González.
Se encontró sentado en una sala, junto al Director General, el Director de Recursos Humanos, y varios miembros del Consejo de Administración. Fue una breve reunión sin otro orden del día que su defenestración; habían decidido despedirle agradeciéndole los servicios prestados. Sus contraseñas de acceso al sistema informático ya no eran operativas y en el breve transcurso de aquel encuentro, dos empleados empaquetaron los enseres de su despacho en unas cajas de mudanza. Los detalles de la liquidación ya los discutirían los abogados, le dijeron, ni tan siquiera le brindaron una explicación razonada de los motivos por los que decidieron prescindir de sus servicios. La humillación fue tan profunda que no tuvo aliento ni para despedirse de sus colaboradores.
En tanto los demonios personales se afanaban por torturar su alma como invisibles inquisidores, intentaba abstraerse escuchando el susurro del viento a través de la ventanilla de su automóvil. El mar adquiría por la tarde una extensa policromía de verdes y azules que intensificaban su belleza iluminado por los últimos rayos del sol, y un sinfín de pequeñas embarcaciones salpicaban el puerto de Cadaqués de blancas pinceladas, conformando una imagen recurrente en los catálogos turísticos de la zona.
Al salir de las instalaciones de la empresa aquella mañana, Xavier González se había dirigido hacia su domicilio; un ático desde el que se divisaba una de las mejores vistas de Barcelona. Fue el regalo de boda de su acaudalado suegro; más de doscientos metros cuadrados de vivienda domótica rodeados por una enorme terraza con piscina y un jardín japonés. Le extrañó ver a esas horas de la mañana en el párking, el descapotable de Marga; a pesar de tener el despacho a unas pocas calles de distancia, ella nunca se había caracterizado por desplazarse en transporte público. Al llegar a la planta dieciséis, la puerta del ascensor se abrió en el recibidor de su casa, y las notas de la canción “Fly me to the Moon” de Diana Krall invadían toda la estancia, señal inequívoca de que estaba en casa; siempre había sido una mujer sofisticada, y sus gustos musicales combinaban a la perfección con esa cualidad. Recorrió todas las estancias del lujoso apartamento sin hallar rastro de ella, por último se acercó a la puerta de la terraza y al verla, mil puñales se clavaron en su corazón. Marga retozaba en el agua con un desconocido. Su cuerpo desnudo brillaba al reflejo del sol y del agua, y sus manos se aferraban al torso de aquel hombre como dos garfios afilados, mientras sucumbía a los empujones pélvicos de su amante. Sus bocas se fundían en interminables besos, follando como animales en celo ajenos a la inesperada visita.
Arrebatado por la ira, cogió el revólver que guardaba en la caja fuerte y su mente se nubló de forma irreversible…
Habían transcurrido más de cuatro horas desde el episodio del apartamento. Xavier seguía conduciendo en dirección a Port de la Selva cuando divisó a unos metros las luces de un control policial; miró el revólver que aún reposaba en el asiento del acompañante, y con un golpe seco de volante encaminó su cuatro por cuatro hacía un sendero lateral. Los más de trescientos caballos del Porsche Cayenne rugían por entre los campos yermos del Cap de Creus, enfilando hacia lo alto de un pequeño acantilado de rocas. Cogió el revolver, salió del coche y lentamente fue caminando hasta llegar al final de la cuesta mientras su vida se iba derrumbando como un castillo de naipes; el móvil no dejaba de sonar, y se dispuso a escuchar el último mensaje de su mujer:
.-Xavier, tenemos que hablar, perdóname… no es lo que piensas, llámame por favor.
------------------------------------------
“Maragarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar”.
Esos versos de Rubén Darío pasaban fugaces por su mente mientras encendía el último cigarrillo del paquete, y le traían a la memoria su sonrisa cada vez más desdibujada por el tiempo. Una gaviota planeaba ante sus ojos interpretando una delicada danza al compás de las corrientes de aire, y al fondo las olas rompían en una orgía de espuma blanca contra las rocas.
Entre tanto, apurando las últimas caladas, empezó a reflexionar sobre su futuro sentado al borde del acantilado.
Xavier y Marga eran uno de los patrones más representativos de las parejas de éxito del momento. Ella, abogada y socia de uno de los más importantes bufetes de Barcelona, una profesional reconocida en el ámbito del derecho urbanístico, una especialidad en auge en el último decenio, provenía de una de las familias de la alta burguesía catalana; hija de un prestigioso oftalmólogo, nunca quiso seguir la senda de la saga familiar. Xavier, en cambio era un hombre hecho a sí mismo. Premio extraordinario de carrera en la facultad de económicas de la Universidad de Barcelona, y director financiero de un holding de empresas multinacionales, sus orígenes no tenían un pedigree reseñable. Sus padres, emigrantes andaluces en la década de los sesenta, tuvieron unos inicios muy duros en la tierra que les acogió; la madre, Doña Rosario, se pasó media vida limpiando las casas de aquella clase adinerada que hoy conformaban el cerrado círculo de sus amistades. El padre fue hasta que murió, un humilde bedel del hospital propiedad de su suegro; en una de las visitas que regularmente le hacía al salir de la universidad, conoció a Marga, y sus caminos se cruzaron en un indeterminado punto de la vida por una casualidad, como si el destino le hubiera querido regalar aquella mañana su tesoro más preciado.
La carretera serpenteaba entre pinares y recónditas calas de la costa brava. Xavier intentaba evadir sus pensamientos de los sucesos acontecidos en las últimas horas, pero su mente volaba una y otra vez hacía el inmediato pasado como una de aquellas gaviotas que se cruzaba ante su coche en cada recodo del camino.
Cuando a primeras horas de la mañana, recibió en su despacho la llamada del Director General de la compañía citándole de forma inmediata a una reunión, su intuición profesional le decía que aquel requerimiento no auguraba nada bueno para su futuro. Hacía meses que los resultados de la empresa estaban en caída libre, y las pérdidas se acumulaban trimestre a trimestre sin que el equipo gestor que él dirigía pudiera revertir la situación. La crisis económica y financiera mundial era tan profunda que ni a corto ni a medio plazo se vislumbraban soluciones efectivas para paliar el descenso de las ventas.
.- Siéntese Sr. González.
Se encontró sentado en una sala, junto al Director General, el Director de Recursos Humanos, y varios miembros del Consejo de Administración. Fue una breve reunión sin otro orden del día que su defenestración; habían decidido despedirle agradeciéndole los servicios prestados. Sus contraseñas de acceso al sistema informático ya no eran operativas y en el breve transcurso de aquel encuentro, dos empleados empaquetaron los enseres de su despacho en unas cajas de mudanza. Los detalles de la liquidación ya los discutirían los abogados, le dijeron, ni tan siquiera le brindaron una explicación razonada de los motivos por los que decidieron prescindir de sus servicios. La humillación fue tan profunda que no tuvo aliento ni para despedirse de sus colaboradores.
En tanto los demonios personales se afanaban por torturar su alma como invisibles inquisidores, intentaba abstraerse escuchando el susurro del viento a través de la ventanilla de su automóvil. El mar adquiría por la tarde una extensa policromía de verdes y azules que intensificaban su belleza iluminado por los últimos rayos del sol, y un sinfín de pequeñas embarcaciones salpicaban el puerto de Cadaqués de blancas pinceladas, conformando una imagen recurrente en los catálogos turísticos de la zona.
Al salir de las instalaciones de la empresa aquella mañana, Xavier González se había dirigido hacia su domicilio; un ático desde el que se divisaba una de las mejores vistas de Barcelona. Fue el regalo de boda de su acaudalado suegro; más de doscientos metros cuadrados de vivienda domótica rodeados por una enorme terraza con piscina y un jardín japonés. Le extrañó ver a esas horas de la mañana en el párking, el descapotable de Marga; a pesar de tener el despacho a unas pocas calles de distancia, ella nunca se había caracterizado por desplazarse en transporte público. Al llegar a la planta dieciséis, la puerta del ascensor se abrió en el recibidor de su casa, y las notas de la canción “Fly me to the Moon” de Diana Krall invadían toda la estancia, señal inequívoca de que estaba en casa; siempre había sido una mujer sofisticada, y sus gustos musicales combinaban a la perfección con esa cualidad. Recorrió todas las estancias del lujoso apartamento sin hallar rastro de ella, por último se acercó a la puerta de la terraza y al verla, mil puñales se clavaron en su corazón. Marga retozaba en el agua con un desconocido. Su cuerpo desnudo brillaba al reflejo del sol y del agua, y sus manos se aferraban al torso de aquel hombre como dos garfios afilados, mientras sucumbía a los empujones pélvicos de su amante. Sus bocas se fundían en interminables besos, follando como animales en celo ajenos a la inesperada visita.
Arrebatado por la ira, cogió el revólver que guardaba en la caja fuerte y su mente se nubló de forma irreversible…
Habían transcurrido más de cuatro horas desde el episodio del apartamento. Xavier seguía conduciendo en dirección a Port de la Selva cuando divisó a unos metros las luces de un control policial; miró el revólver que aún reposaba en el asiento del acompañante, y con un golpe seco de volante encaminó su cuatro por cuatro hacía un sendero lateral. Los más de trescientos caballos del Porsche Cayenne rugían por entre los campos yermos del Cap de Creus, enfilando hacia lo alto de un pequeño acantilado de rocas. Cogió el revolver, salió del coche y lentamente fue caminando hasta llegar al final de la cuesta mientras su vida se iba derrumbando como un castillo de naipes; el móvil no dejaba de sonar, y se dispuso a escuchar el último mensaje de su mujer:
.-Xavier, tenemos que hablar, perdóname… no es lo que piensas, llámame por favor.
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“Maragarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar”.
Esos versos de Rubén Darío pasaban fugaces por su mente mientras encendía el último cigarrillo del paquete, y le traían a la memoria su sonrisa cada vez más desdibujada por el tiempo. Una gaviota planeaba ante sus ojos interpretando una delicada danza al compás de las corrientes de aire, y al fondo las olas rompían en una orgía de espuma blanca contra las rocas.
Entre tanto, apurando las últimas caladas, empezó a reflexionar sobre su futuro sentado al borde del acantilado.
9 comentarios:
Qué bonita la canción! Diane no es Frankie, aún así... Este relato me recuerda a aquel pirata que escribía cuando me acerqué a esta isla por primera vez. No me preguntes porqué, es el tono. La Alicia y el Gato de Cheshire del relato anterior o quizás es sólo que tengo Eurodisney muy reciente.
Disfrutad del verano, empieza la cuenta atrás.
Este pobre hombre es un dechado de problemas y complejos. Así no se puede andar por la vida. Se hace llamar Xavier, cuando si su familia es andaluza su nombre en la Pila de Bautismo y en el DNI es Javier, con toda seguridad. Esto de catalanizar el nombre no es nada más que una muestra de hacerse perdonar sus orígenes. Así se entiende que su actitud en la empresa no fuese del todo legal- tenía que epatar al suegro- Los complejos salen por los poros de la piel y cansan a cualquiera, por ejemplo a su mujer. A veces nosotros somos los causantes de nuestra desgracia.
Dicho lo cual, es decir, criticado y puesto convenientemente a caldo el protagonista, debo decir que el relato me ha gustado mucho. Siempre con ese sentido trágico de la vida que acompaña a una persona tan alegre como tú.
Jolines, era mejor que dejara simplemente de fumar...
Gracias. Me ha encantado esto de empezar por el final. Y de cómo interpretamos libremente una escena aún sin tener los datos...
Gracias Ale...
disfruta tú también del verano, que el próximo curso te traiga emociones nuevas, conozcas gente maravillosa, y salga un sol radiante que no se ponga jamás.
Mercedes, lo mismo te digo ;) y deja de pensar que todo el que se llama Xavier lo haga por hacerse perdonar no se qué...
piensa en San Francisco Xavier.
Granota, ese era el propósito de empezar un cuento por el final...
una chica lista.
Jolines, ya puede pararse a pensar, ya...
Besicos
..quien cantaba esa canción...yo no me llamo Javier! ????
si senyor,... mica a mica, pas a pas, s'arriba al cim...
¡Pero si has cambiado la música!
Y encima has puesto a unos melenudos que cualquiera diría viéndoles, así sin más, que iban a ser capaces de hacer una versión tan apañada de esta canción.
Me han gustado mucho más que el aseadito de la semana?, mes? pasado.
¡Si me leyera mi abuela!
Querido Piratín, me voy de vacaciones. Para despedirme hasta septiembre te dejo una de tus canciones preferidas.
Aquí la letra
No soy un fulano
con la lágrima fácil,
de esos que se quejan sólo por vicio.
Si la vida se deja yo le meto mano
y si no aún me excita mi oficio,
y como además sale gratis soñar
y no creo en la reencarnación,
con un poco de imaginación
partiré de viaje enseguida
a vivir otras vidas,
a probarme otros nombres,
a colarme en el traje y la piel
de todos los hombres
que nunca seré:
Al Capone en Chicago
legionario en Melilla
pintor en Montparnasse.
Mercenario en Damasco
costalero en Sevilla
negro en Nueva Orleans.
Viejo verde en Sodoma
deportado en Siberia
sultán en un harén.
¿Policía? ni en broma
triunfador de la feria
gitanito en Jerez.
Tahur en Montecarlo
cigarrillo en tu boca
taxista en Nueva York.
El más chulo del barrio
tiro porque me toca
suspenso en religión.
Confesor de la reina
banderillero en Cádiz
tabernero en Dublín.
Billarista a tres bandas
insumiso en el cielo
dueño de un cabaret.
Arañazo en tu espalda
tenor en Rigoletto
pianista de un burdel.
Bongosero en la Habana
casanova en Venecia
anciano en Shangri La.
Polizón en tu cama
vocalista de orquesta
mejor tiempo en Le Mans
Cronista de sucesos
detective en apuros
conservado en alcóhol.
Violador en tus sueños
suicida en el viaducto
guapo en un culebrón.
Morfinómano en China
desertor en la guerra
boxeador en Detroit.
Cazador en la India
marinero en Marsella
fotógrafo en Play Boy.
Pero si me dan a elegir
entre todas las vidas, yo escojo
la del pirata cojo
con pata de palo
con parche en el ojo,
con cara de malo,
el viejo truhán, capitán
de un barco que tuviera
por bandera
un par de tibias y una calavera
Y por aquí, la música
http://www.youtube.com/watch?v=m5b4AJTYx3Y&feature=related
He elegido la versión de Sabina de cuando aún tenía algo de voz. La versión con Serrat que tu colgaste aquí un día destroza esta canción: ya no les queda voz a ninguno de los dos. A mí me gustan mucho las canciones de Sabina. Sin que se entere Punky.
Besos y qué lo pases muy bien
Pensar? ....¿AL BORDE DEL ACANTILADO? no me parece una buena idea.
Besitos piratas.
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