Si tu nombre es Elena y te envia el destino
te convierto en estrella de mi copa de vino
si declaras la guerra a mi corazón
y me haces daño, te convierto en canción.
Juan Perro.
Pasaron más de tres meses, y mi vida en Madrid se volvió mucho más ordenada de lo que pensé en un primer momento, el ritmo de estudios en la facultad de Derecho de la Complutense me sumergió en una espiral de clases diurnas y noches de pasar apuntes a limpio; no conocer a nadie en la ciudad y ser un tipo aplicado, me facilitaba centrarme en mi objetivo, que era renovar la beca, por otro lado, la tranquilidad que me ofrecía residir en casa de mis tías, tan alejada del bullicio de los pisos de estudiantes y de las residencias universitarias, me permitían concentrarme en mi primer curso de Derecho.
Aquella tarde mis tías habían tenido que salir al médico para una revisión rutinaria de mi tía Encarnación, y yo me encontraba buceando entre las disposiciones del “Corpus Iuris Civilis” de Justiniano cuando sonó el timbre de la puerta, me levanté y abrí:
.- Hola, tú debes ser el chico de Barcelona, el sobrino de Doña Leonor.
Creí tener ante mí a una de las Venus más hermosas de la portada de mi manual de derecho Romano ¿me habrían causado las lecturas de los textos de Justiniano estas maravillosas alucinaciones? La observé unos segundos de arriba abajo, dándole un repaso visual que habría sonrojado incluso a cualquiera de las putas que diariamente me cruzaba en la calle Carretas al salir del metro, pero ella ni se inmutó, aguantó con una sonrisa espléndida mi inspección ocular. Era una mujer de unos treinta y tantos años, quizás cuarenta bien llevados, morena de manual, de ojos tan negros como mi aún ignorado porvenir, y con un cuerpo capaz de hacer detener a un tercio de la legión desfilando ante el Caudillo en el desfile de la victoria. Llevaba puesto un batín medio desabrochado que dejaba entrever el camisón de raso y unas enormes tetas que se mantenían erguidas a pesar de la edad y de la ausencia de sujetador, la melena estudiadamente alborotada y el rostro maquillado para la caza del pichón primerizo.Recordé en ese momento a mi profesor de historia del Instituto, un catalanista “ de la seba” como se suele decir, que fue expulsado de la docencia por decir cosas en clase como que “ en Madrid solo hay putas y militares”; ella, descartada su inclusión en la carrera militar, dado que por aquellos años todavía tan honorable institución no había sucumbido a las políticas de igualdad de género, tampoco parecía una muchacha de aquellas que fumaban y se dirigían a los hombres tuteándoles por la calle, así que pronto desveló el enigma.
.- Soy la vecina del cuarto, creo que no hemos coincidido nunca en el ascensor.
Seguro que no, tendría grabado en mi memoria aquel encuentro a fuego, semejante hembra no podía pasarme desapercibida.
.- Te he visto alguna vez, tu habitación da al patio de luces justo enfrente de mi cuarto de baño.
El morro que le estaba echando la señora era monumental, yo casi no podía articular palabra mientras mis ojos seguían inmóviles en aquel tremendo escote. Creo que acerté a decir que mis tías no estaban, pero era evidente que ella ya lo sabía.
.- Tengo un pequeño problema, la asistenta hoy tiene el día libre y el repartidor del butano me ha dejado dos bombonas en la puerta, no sé si estaré abusando de tu confianza, pero ¿podrías ayudarme a entrarlas en el piso?
Creo que logré balbucear un “por supuesto” tartamudeando entre las dos palabras, mientras cerraba apresuradamente la puerta del piso de mis tías de un golpe, sin percatarme que había dejado las llaves dentro. Ante mi cara de susto y al darse cuenta de mi descuido, la señora me dijo:
.- No te preocupes, puedes quedarte conmigo esta tarde hasta que lleguen tus tías, estoy sola, mi marido es Coronel del ejército y está de guardia, así que me harás compañía. Me llamo Elvira ¿y tu?
.- Javi, me llamo Javi.
Aquella fue mi mejor tarde en el foro, como se diría en el argot taurino, obviaré los detalles porque no creo que un caballero de mi edad deba alardear de sus grandes faenas de juventud, se podría decir que Elvira me dio la alternativa en el sexo; antes de ella había tenido la experiencia con la señora Puta de la calle Robadors, y el autoaprendizaje a dúo que practicábamos Loli y yo cuando encontrábamos un lugar escondido en el barrio, pero como aquella primera faena en "Las Ventas" ( que es como yo acabé llamando a la alcoba del Coronel y señora) ninguna.