martes, 16 de septiembre de 2008

EL VELO



Alicia se despertó aquella mañana del mes de abril. Entre las rendijas de la ventana se filtraba la luz; ese sol madrileño de primavera, alegre como pocos. La claridad le permitía ver colgado en una percha el vestido; aquel vestido blanco que se pondría hoy por fin; el vestido con el que sueñan todas las mujeres de niñas. El día tan esperado había llegado. Miró los zapatos, igualmente blancos. La mantilla, cuajada de bordados, que le había regalado la madre de Roger. “Todo es precioso”- pensó-. Se sentía nerviosa y emocionada a un tiempo. “¡Qué suerte he tenido!”- murmuró para sí al tiempo que comenzó a meditar lo mucho que le había costado acabar con aquel novio que tuvo mientras trabajó en Málaga- “¡Cómo pude haber estado tan ciega, si era un impresentable! Pero cuando conocí a Roger se me abrieron los ojos. ¡Tan alto, tan rubio, con aquellos ojazos azules! Siempre me han atraído los rubios, pero en España no hay tantos. ¡Qué casualidades tiene la vida! Aquella reunión de la empresa en la sede de Ginebra… Y aquella otra reunión de confraternización en la sede de Barcelona… Yo que siempre había considerado estos encuentros de un tedio insoportable. ¡Quién me iba a decir que allí encontraría al hombre con el que siempre había soñado!”

Habían sido novios por carta, por teléfono… Ginebra estaba muy lejos de Madrid y, aunque los dos eran directivos de la empresa, no podían permitirse el lujo de coger un avión cada poco para poder verse todo lo que les hubiera gustado. “Pero eso no era importante”- volvió a murmurar- “cuando se quiere a alguien todo da igual”. Su madre había sido novia de su padre también por carta, no eran del mismo pueblo y en aquellos tiempos las comunicaciones eran muy difíciles. “¡Pero mira lo bien que les ha ido!”- exclamó. “Además, Roger escribe unas cartas tan bonitas, es tan tierno, tan dulce. Estoy segura de que por carta hemos sido capaces de conocernos mejor que otros en persona. Tenemos los mismos valores, las mismas inquietudes, los mismos gustos. ¡Ojalá, lo hubiera conocido antes! ¡Por si fuera poco, es tan simpático! Se hace querer por todo el mundo. Aún recuerdo aquel viaje a Burgos -uf que frío hacía- El que mejor lo llevó fue él, evidentemente, en Suiza hace mucho más frío y está acostumbrado”. Habían ido a aquella excursión con los amigos de Alicia para que pudiera conocer a las amistades de su novia. “Lo pasamos muy bien y estoy segura de que a todos les cayó estupendamente. Es verdad que se contrarió un poco cuando, al empezar a nevar, decidimos dejar nuestro puesto en la fila que se había formado para entrar a la catedral. Pero, claro, es difícil que un suizo entienda que los españoles no tenemos costumbre de estar en medio de una nevada y de ese frío. Pero la verdad es que el enfadillo le duró poco; en cuanto entramos en aquel bar de la plaza mayor y tomó un vinito en seguida se conformó. ¡Qué risas hicimos en aquel bar! Todos menos Juan. ¡Hay qué ver! Para ser tan gran amigo, se puso muy serio con Roger; total porque el pobre tomó unas cervecitas de más. Llegué a pensar que Juan sentía por mi algo más que amistad…no sé, algo raro sin duda. Ana también se puso pesada al final de aquel viaje preguntándome si estaba segura de lo que iba a hacer. ¡Cómo no voy a estar segura, si es un hombre maravilloso! Además, tengo 30 años y no puedo esperar eternamente; quiero casarme y tener hijos. Pero Ana sigue en sus trece. Esta misma semana volvió a insistir en que me lo pensara. Me recordó aquel incidente con el señor de la gasolinera en el viaje de vuelta de Burgos a Madrid. ¡Pero es que el tipo de la gasolina era un impertinente! Lo mismo que el taxista que nos recogió en el aeropuerto cuando fui a buscarle anteayer. Roger es un tipo educadísimo y no soporta groserías. No entiendo la postura de Ana, estoy convencida de que, aunque es tan buena amiga, está un poco celosilla. Ana siempre fue muy guapa y muy lista. Todas las amigas pensábamos que sería la primera en casarse… pero no, es demasiado seria y se pone muy pasada por cosas absurdas. La verdad es que siempre ha sido muy intuitiva y ve los problemas antes que los demás. Pero en este caso, está, claramente, pelusona.”

Tras un largo suspiro y un movimiento de cabeza intuitivo con el que mostraba su desacuerdo con la postura de su amiga Ana, continuó meditando: “menos mal que mis hermanos se llevan muy bien con él. Ayer mismo se fueron de despedida de solteros, llegaron a las tantas, un poco bebidos, la verdad. Me molestó un poco, sobre todo, porque supone darle razones a mi madre que está empeñada en que me case con un español. A mi madre siempre le gustó Javier aquel compañero de la facultad. ¡Qué pesada se pone a veces! La otra noche me hubiera gustado que volvieran más sobrios para evitar ver la expresión de la cara de mi madre cuando desaprueba algo. Pero en cuanto Roger me dijo eso de: Cariño, si no lo celebramos hoy, ¿cuándo quieres que lo hagamos?... Se me olvidó todo. Tenía razón.”

Alicia se casó, se fue a vivir a Suiza con Roger. Lo habían sopesado largamente, si él venía a España perdería mucho dinero. Además no hablaba español y eso incrementaba las dificultades. En Ginebra, Alicia tendría problemas para encontrar un trabajo de categoría semejante al que detentaba en España pero dominaba el inglés y el francés lo que haría la búsqueda de trabajo más sencilla.

Así fue como Alicia dejó su país, su familia, sus amigos, su porvenir profesional y se instaló en Ginebra.

Mantuvo la amistad con sus amigos a duras penas, salvo con Juan y Ana. Los dos no tuvieron reparos en quedar con su amiga las pocas veces que venía a España. A Roger no le gustaba el sur y procuraba no viajar a España casi nunca. Cuando venían era por pocos días y siempre a carreras.

Una mañana, tres años después de la boda, Ana recibió un correo de Alicia que decía ”Querida Ana, me divorcio. Vuelvo a España”

Ana hubiera podido decir: “lo sabía”. “Lo sabía desde antes de que te casaras. Lo sabía desde que te visité en tu casa en Suiza y vi las voces que te daba Roger a pesar de lo solícita que estabas con él. Lo sabía desde que vi el pasado fin de año la cara de suficiencia con la que nos miraba a todos”. Pero, en vez de eso, escribió: “No te preocupes Alicia, eso pasa hasta en las mejores familias. Si necesitas hablar, te llamo. Si necesitas encontrar empleo, hablo con mi jefe; creo que están buscando gente en algunos departamentos. Me alegro mucho de que vuelvas a estar con nosotros. Todos te queremos y te echamos de menos”

Alicia contestó: “Gracias, Ana. He hablado con mi antiguo jefe y vuelvo a mi primera empresa. Gracias por tu cariño. En estos años ni tú ni Juan me habéis fallado. Sólo hubo una persona que me falló: yo. Yo porque no supe quererme. Me anulé y estuve más pendiente de él que de mí. No supe ver los detalles, las señales que me mandaba de su falta de cariño. Tú los viste desde el primer día. Me equivoqué. Ningún matrimonio, ninguna relación funciona si uno de los dos no sabe valorarse. Me casé vestida con mantilla, pero realmente llevaba un velo sobre los ojos”



MERCEDES.


Nota del propietario del Blog:


La niña ha vuelto a escribir un cuento, esto empieza a parecer la "casa la Paca" que es de lo que se trata.