
ALFA:
La manada tiene un líder claro, el macho Alfa, que se aparea con la hembra Alfa. Estos lobos mantienen la obediencia afirmándose continuamente sobre sus subordinados, especialmente sobre sus crías, hasta la madurez. Los alfa son normalmente adultos maduros y pueden mantener su posición por varios años en una misma manada. Por debajo de estos líderes se sitúa el macho beta, que sólo muestra obediencia a los jefes.
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La primera experiencia social de los adolescentes suele ser en la pandilla. “La Colla” en Cataluña, o la cuadrilla en el País vasco, son nombres recurrentes para definir el primer embrión de organización autogestionada juvenil, que cumple la función recreativa y educativa que los padres, haciendo dejación de sus funciones dejaban en aquellos tiempos al libre albedrío de sus hijos.
En mi caso la pertenencia al grupo era una necesidad acuciante en un entorno claramente hostil. Acabábamos de mudarnos al barrio de Santa Rosa, mi familia aunque devino a peor fortuna después de la guerra, provenía de una de las familias de la alta burguesía de Barcelona, y nuestro encaje en el barrio fue algo traumático para todos. El abuelo, un industrial textil, se arruinó unos años antes de que yo naciera, y mi padre aunque muy joven, dejó sus estudios en el internado de La salle Bonanova para ponerse a trabajar y pagar parte de las deudas familiares. Aunque nunca conocí los “tiempos felices”, siempre me pregunté como pudo dilapidarse una fortuna semejante y cuales fueron los inconfesables motivos que permitieron que una parte de la familia que había celebrado las ceremonias de puesta de largo de sus hijas en los salones del Hotel Ritz, pasara a vivir arrendada en un pequeño piso de 60 metros de un barrio obrero en el cinturón industrial; mi padre nunca habló del tema, solo una in disimulable melancolía se traslucía tras aquellos ojos cansados. Nosotros quizás éramos los únicos catalanes del barrio, yo con modales de señorito, y con aquella ingenuidad de los niños bien, me convertía en extremadamente vulnerable dentro de un barrio de supervivientes, de chicos criados en la calle desde temprana edad. Una presa fácil.
Pepe fue quien me introdujo desde niño en su pandilla, quizás la más patética banda de zarrapastrosos de la ciudad. Pronto la desconfianza inicial hacia alguien como yo, con una educación distinta y una lengua extraña, se convirtió en afecto y en algunas ocasiones aquellos chicos buscaban en mí un referente a quien imitar; uno nunca sabe como elige a sus amigos, o si realmente el azar es quien adjudica a cada cual su manada, en nuestro caso, una extraña cadena de acontecimientos hicieron que nuestras vidas se unieran para casi toda la vida. Al margen de Pepe “ rompetechos”, la formaban Miguel “ el tuerto”, por el parche que llevaba en las gafas para corregir un problema de ojo vago, aunque siempre habíamos creído que el problema tenía una magnitud que no se limitaba al órgano visual, Raúl y Pedro dos gemelos idénticos cuyo ceceo les marcó con el apodo de “Zipi y Zape”, y Manolo “ el del bombo”, cuyo apodo le venía dado por ser hijo de la señora Purificación, costurera del barrio, viuda desde que perdió a su marido víctima de una extraña enfermedad poco después de nacer Manolo, o al menos eso les contaba ella a las vecinas, aunque las malas lenguas decían que era una madre soltera abandonada por su novio cuando quedó en estado.
Aquella calurosa mañana de Julio mientras fumábamos a escondidas en el descampado, vimos a un chaval acercarse.
.- Hola tíos ¿me dais un piti?
Tendría un par de años más que nosotros, delgado como un clavo, de pequeños y penetrantes ojos oscuros y cara marcada por el acné, nos miraba de forma desafiante mientras Pepe, servicial, le alargó el paquete de celtas cortos. Apenas le miró, encendió el cigarrillo y dirigiéndose a mí espetó:
.- Hace tiempo que os observo chavalitos, creo que es hora que tengáis un jefe.
Su mirada era desafiante pero tranquila, mientras absorbía el humo del cigarrillo mantuvo un silencio que se hizo eterno. Solo yo hice ademán de contestarle, pero algo me impedía articular una frase coherente.
.- Me llamo Edu, perdonad la broma pero soy nuevo en el barrio y me apetecía conocer a alguien.
Respiramos aliviados, nunca un solo muchacho había creado tal estado de confusión en nuestro grupo, pero a pesar de las reservas iniciales le aceptamos como un más. A partir de ese instante aquella mirada intrigante y dominadora empezó a adueñarse de nuestras vidas y Edu pronto se convirtió en “el jefe”.