lunes, 23 de noviembre de 2009

OTRO CUENTO DE NAVIDAD.

Evaristo Estruch se levantó sobresaltado aquel veinticinco de Diciembre. Había sufrido una noche agitada, inmerso en terribles pesadillas que apenas le habían permito descansar. En una de ellas, la única que recordaba, un antiguo socio ya fallecido se le aparecía y le martirizaba con una profecía de horrendas apariciones fantasmales en Navidad; algo que le recordó al fantástico cuento de Dickens con los espíritus de las navidades, pasadas, presentes y futuras. Todo le pareció muy surrealista, y aunque nunca fue una persona susceptible le dejó un punto de inquietud.

Tampoco era Evaristo un hombre especialmente avaro, al menos eso creía él.Su única conexión con el “Ebenezer Scrooge” del cuento, era quizás su cargo de Consejero Delegado en una pequeña Caja de Ahorros de la comarca y la adicción al trabajo, vicio que le recriminaban tanto su esposa como sus mejores amigos. Así que una vez hubo desayunado, despejó de su mente las tribulaciones de la noche anterior, seguramente el resultado inevitable de los excesos de la cena de nochebuena.

.- Paparruchas, pensó.

Junto a su hijo menor dedicó la mañana de Navidad a abrir los regalos que “Santa Claus” había dejado bajo el árbol, Un Papá Noel especialmente generoso aquellas navidades, a la vista de la montaña de cajas decoradas que se amontonaban bajo el brillante abeto de poliuretano del salón. En esa tarea estaba cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrir su sorpresa inicial se fue convirtiendo en estupefacción, y esta última en un terrible presentimiento:

.- Hola primo, acabamos de llegar de Granada y nos hemos dicho, vamos a visitar al primo Evaristo, y de paso comemos juntos en Navidad con la familia. He intentado encontrar tu teléfono para llamarte antes, pero hace tantos años que no nos vemos que me fue imposible dar con él. No te preocupes por la comida, de camino a tu casa hemos comprado unas pizzas para que no te quedes corto.

Casi no podía articular palabra, ante sus ojos, en el rellano de la escalera y esperando una indicación para entrar se encontraba el primo Julián, un fantasma (en el más moderno sentido de la palabra) de juventud en su Granada natal, acompañado de su mujer y los cuatro hijos del matrimonio.

.- Por Dios Evaristo, no les dejes en la puerta, pasad, pasad…¡qué hombre! Con la ilusión que me hacía conocer a tu primo Julián.

Carmen, su esposa, una mujer encantadora con quien se casó ya hacía más de veinte años, siempre se había caracterizado por su (a criterio de Evaristo) exagerada hospitalidad. Ella tomó las riendas de la situación en un instante y el pobre Evaristo “sin ganas de ná, na más que de morirse” se veía arrastrado por el tsunami de los acontecimientos. Entre tanto, los hijos del primo Julián empezaron a saltar por el sofá, mientras su hijo intentaba proteger (sin demasiado éxito) los juguetes recién estrenados.

Aún no recuperado del golpe inicial, sonó por segunda vez el timbre de la puerta:

.- Hola vecino, ¿está tu mujer?

Era la vecina soltera del segundo. La señora Encarnación, una mujer cuya edad era mucho menor de la que aparentaba, sola en la vida, a pesar de sus denodados esfuerzos por encontrar esa media naranja que le acompañase en el devenir de su existencia, y una plaga bíblica que asolaba casas y haciendas día sí, día también. Entre sollozos y tras una breve conversación con la esposa de Evaristo, esta última se acercó a su marido y le dijo:

.- Cariño, Doña Encarnación se quedará a comer con nosotros, está sola en su casa y no sabe con quien pasar la Navidad, nadie de su familia ha querido invitarla y está con una depresión de caballo. Nos ha traído un bizcocho buenísimo. La verdad es que me he visto en la obligación de invitarla, pobre mujer…

Evaristo en un primer instante pensó en proponer al Vaticano la beatificación en vida de su esposa, pero inmediatamente le vino al pensamiento de nuevo el cuento de Dickens; el fantasma de las Navidades presentes. ¿Será verdad que existen los sueños premonitorios?

Se estaba haciendo tarde para comer, y con la familia del primo Julián y Doña Encarnación en la mesa esperando los langostinos, Carmencita, su hija, se estaba retrasando. En ese instante oyó como se abría la puerta de entrada, y Carmencita entró en el comedor, pero tampoco llegaba sola.

.- Papá he invitado a comer en Navidad a mi novio para presentároslo, D.J.y yo hemos querido que fuese una sorpresa estas navidades, Mamá ha sido nuestra cómplice y está al corriente desde hace unos días. Se llama Damián Josué y es argentino… pero podéis llamarle D.J. Trabaja pinchando discos en varias discotecas. Evaristo miró a su mujer con los ojos inyectados en sangre, en tanto esta le sonreía con complacencia y procedía a acomodar en la mesa a los nuevos comensales.

.- ¡Suegro! Esteee ¿Donde guardás vos las cervezas?

Ante sí tenía al fantasma de las Navidades futuras. Un pollo lleno de tatuajes y piercings que le miraba con una sonrisa forzada mientras daba buena cuenta de una cerveza que Carmencia diligentemente le había servido.

Hundido en su silla mientras la familia del primo comía a dos carrillos, D.J acababa con las existencias de cerveza, vinos y licores, y la vecina seguía obsequiándoles con su conferencia dramática de mujer solitaria y abandonada en Navidad, escuchó en algún programa de televisión las notas de un "año más" de "Mecano, cerró levemente los ojos y se dispuso a celebrar la Navidad en "familia".