
Los años transcurrían en el barrio sin que ocurrieran acontecimientos de relevancia; igual que en el resto del país, en Santa Rosa la gente vivía sumida en la mediocridad que una dictadura gris iba imponiendo día tras día, donde la creatividad se veía ahogada por la censura y las ideas por la represión. Nuestra pandilla, al contrario que muchas otras, permanecía muy unida, Edu poco a poco empezó a manejar todos los resortes de poder en el grupo, su ascendencia sobre la mayoría le permitía ejercer de auténtico “jefe” y desplegar una capacidad de liderazgo que ya en esos días me asustaba, en ocasiones parecía más el gurú de una secta, al cual obedecían de forma ciega sus adeptos que el cabecilla de una cuadrilla de chavales.
Edu era huérfano, sus padres murieron en las terribles inundaciones que arrasaron la comarca del Vallés en 1962, el agua de las fuertes lluvias que desbordó la riera de Terrassa, arrastraron parte del barrio de barracas ubicado en el cauce y sus padres perecieron ahogados. Él, entonces un niño, salvó la vida de milagro al sacarlo su tío de la barraca segundos antes de la gran avenida. Desde entonces vivía con su tío, viudo desde aquellos trágicos acontecimientos, en la pequeña masía de Can Pistráus, propiedad de una familia de joyeros de Barcelona, que había quedado aislada entre el barrio de Santa Rosa y un polígono industrial adyacente cuando el crecimiento desaforado de la ciudad rebasó los límites del casco urbano e invadió los campos de cultivo del extrarradio. La familia Baqués, en concreto el patriarca de la familia, Domingo Baqués Ulldemolins “ Senyor Mingu” cedió el uso de la masía a su chofer y según las malas lenguas guardaespaldas personal, el tío de Edu, Roberto Sánchez.
Roberto Sánchez era un personaje enigmático, su personalidad desprendía un cierto magnetismo que trascendía a su aparente ocupación de chofer; siempre vestido de negro, con un traje de sastrería, camisa gris y corbata negra, cubría su incipiente calva con una gorra de pana del mismo color del vestido. Era un hombre tosco y huraño, muchas veces nos había echado con cajas destempladas cuando acudíamos a buscar al “jefe”, a veces le veíamos en el patio de la masía lavando el flamante "Dodge Dart" propiedad del “Senyor Mingu” y toda la pandilla nos acercábamos a admirar aquella preciosa máquina americana, pero Roberto con una sola mirada era capaz de hacernos retroceder hasta la verja de entrada al camino. Las malas lenguas del barrio, decían que Roberto no era un mero chofer, que le habían visto llegar a altas horas de la madrugada acompañando al “Senyor Mingu” y a otros misteriosos hombres todos ellos vestidos de negro, y que tras entrar en la masía las luces permanecían encendidas hasta el amanecer.
Las tardes de los domingos las pasábamos en los futbolines del bar Rute, un espacio en el que éramos los “putos amos”, hacía ya varios meses que nos dedicábamos a robar en las obras de las fábricas pequeño material de construcción que luego revendíamos a algún albañil del barrio. Manejábamos el suficiente dinero como para ser respetados y atendidos en el bar a pesar de nuestra edad, solo Edu acababa de cumplir los 18. Yo aunque participaba de las actividades de la pandilla, era el único que seguía estudiando, mi padre decidió a la vista de mis excelentes calificaciones, que tenía que esforzarme y seguir estudiando, y consiguió por medio de alguna influencia rescatada de los “tiempos felices” como él los denominaba, que fuera admitido en un colegio del Opus Dei de una cercana población donde me dispuse a terminar el bachillerato, la “obra financiaría mis estudios a la vista de mis extraordinarias notas. Lo cierto es que nunca me supuso un gran esfuerzo tener el mejor expediente del colegio.
Loli aunque un año mayor que yo, se pasaba horas viéndome jugar en aquel futbolín, se había convertido en un anexo de “ la colla”, charlábamos largos ratos, incluso a veces incomodaba a los demás, que veían como ella me absorbía tanto tiempo que incluso les dejaba de prestar atención en nuestra reuniones de “negocios”. Con el tiempo me di cuenta que estaba enamorado de esa chica, capaz por un lado de cortar a cualquier borracho y sacarlo a empujones del bar y por otro de ser el ángel más tierno y cariñoso que había conocido. Cada tarde al volver del colegio, Loli salía del bar y me iba a buscar, me acercaba una cerveza y juntos nos perdíamos detrás de la caseta del transformador eléctrico, en un espacio privado donde nadie nos veía y donde estábamos a salvo de las maldades del resto de la pandilla.; yo le contaba todo lo que me había ocurrido durante el día, la ilustraba sobre mis acaudalados compañeros de colegio y a veces le contaba algún cuento que escribía en el descanso, ella me escuchaba con un brillo en los ojos que me hacía suponer que también estaba enamorada de mí, un día mientras le estaba contando una historia de piratas, me cerro los labios con la mano y me besó. Me besó como había soñado que nos besábamos desde que la conocí, y que debido a mi patológica timidez nunca fui capaz de proponerle, fue un beso tan cálido que puso en ebullición todas las moléculas de mi cuerpo. Después salió corriendo hacia el bar, pero cuando había recorrido unos metros se dio la vuelta y sonriendo me gritó:
.- Ya soy tu novia tonto, que no te vea nunca con otra.
Ese fue mi primer beso, que no mi primera experiencia sexual; con el dinero que ganábamos producto de los pequeños hurtos, habíamos ido todos juntos “ de putas” hacía pocas semanas al barrio chino de Barcelona, Edu nos llevó a un local de la calle Robadors donde un grupo de mujeres de bastante edad dieron cuenta de aquellos muchachitos de pueblo, pero aquella mujer que me inició en el sexo no dejó en ningún momento que la besara, decía que los besos son el acto de amor más importante que dos personas pueden ofrecerse, que los reservaba para su marido, y que follar no dejaba de ser un negocio.
¡Cuanta sabiduría encerraban aquellas palabras de la señora Puta!