sábado, 10 de enero de 2009

ESTEREOTIPOS.





Una mujer conduciendo un camión en el Dakar, acabando con el estereotipo de la mujer ama de casa...

¿ o no?

Lástima que las agencias de publicidad todavía no lo vean así y le hayan enchufado publicidad de KH-7 " elimina la suciedad a fondo", espero que la próxima campeona femenina de tiro olímpico no lleve publicidad de...

¡Cillit Bang!

miércoles, 7 de enero de 2009

LA MANADA (12)




Como en casi todos los ámbitos de la vida del país, la universidad no se escapaba durante los últimos años del régimen de aquella práctica tan española que eran las recomendaciones, práctica que posteriormente pude comprobar se ha mantenido en el tiempo como una tradición entrañable, convirtiendo los departamentos de las facultades en una endogámica amalgama de funcionarios afines por ideología o simplemente por amistad personal. Ernesto Gonzálvez y yo habíamos entablado una buena amistad a raíz de nuestra convivencia forzada aquellos días en los calabozos de la Brigada Politico-social, y fue por ello que solicitó mi aceptación en su departamento como becario. Los meses que siguieron, aceleraron el ritmo de mi hasta entonces plácida vida estudiantil; al margen de los estudios y el trabajo del departamento, la cercanía a Ernesto me introdujo en un pequeño y heterodoxo círculo de militantes antifranquistas, y ello me fue poco a poco sumergiendo en un remolino de actividades subversivas y actos políticos al margen de la actividad académica.

Ernesto era profesor titular de Derecho penal y abogado en ejercicio, llevaba más de tres años optando a la cátedra con méritos más que suficientes para hacerse con ella, pero el Consejo de Dirección de la Universidad le había vetado debido a su militancia política, y aún gracias que le permitían ejercer como profesor, según palabras del mismo Decano. Como abogado era un brillante profesional que había defendido a multitud de presos políticos, no siempre con óptimos resultados debido a la carencia de garantías que sufría nuestro ordenamiento jurídico, pero su trayectoria democrática le avalaba en los círculos de las izquierdas , y era respetado también por el órgano de gobierno del colegio de abogados. Vivía solo en un pequeño apartamento de Fuencarral, desde que Alicia, su compañera, le abandonara meses atrás para irse a Ibiza a vivir a una comuna hippie. Ernesto nunca superó su ausencia, y a raíz de su marcha inició un coqueteo creciente con las drogas y el alcohol.


Aquel lunes hacía más de dos días que Ernesto no daba señales de vida, así que me acerqué a su apartamento, y tras llamar varias veces al timbre, a través de la mirilla una voz femenina preguntó:

.- ¿Quien eres?

.- Perdona ¿está Ernesto?

.- Sí, pero no se si quiere levantarse…

Me hablaba entre risas y me pareció que ella tampoco estaba en las mejores condiciones posibles.

.- Ábreme soy amigo suyo.


Cuando abrió pude comprobar que esa voz pertenecía a una chica rubia de piel pálida que no tendría más de 16 años, llevaba una camisa de Ernesto desabrochada encima de las bragas y sus ojos enrojecidos junto al penetrante olor de marihuana delataban la fiesta que se había celebrado en aquel lugar. Ernesto tumbado en el sofá me miraba con una sonrisa de satisfacción mientras apuraba los restos de una botella de J&B y acababa de liar un porro.

.- Javi, te presento a Irene… la tía que mejor la chupa de todo Madrid… ¿ a que sí Irenita?

Irene asentía con la cabeza sentada en sus rodillas, mientras aspiraba una calada del porro que este le había pasado. Me encontré descolocado en aquella improvisada fiesta, Ernesto tenía que dar una clase aquella mañana y era incapaz de levantarse del sofá sin caerse al suelo; era la primera vez que le veía en ese estado, y él no parecía avergonzarse a pesar de que su amigo y uno de sus becarios le estaba recriminando.

.-Anda dúchate, tienes clase dentro de una hora, y ya estás lo suficientemente marcado como para que te expedienten.

.- ¿Expedientarme? Señoría alego enajenación mental transitoria.

.- Además esta tía es una menor ¿te has vuelto loco?

.- Anda Irenita, chúpasela a mi amigo que está muy falto de cariño…

No recuerdo muy bien como saqué a aquella niña del piso de mi admirado profesor, ni como conseguí despejarle lo suficiente para que acudiera a dar su clase de criminología a la facultad aquella misma mañana, pero sí que no fue la última vez que tuve que acudir a su rescate en los años posteriores. Ernesto aprendió a convivir con su afición al alcohol y las drogas en un precario equilibrio hasta el final de sus días.