martes, 16 de diciembre de 2008

MONÓLOGO NAVIDEÑO.



Uno espera cada año que lleguen las fiestas navideñas por muchos motivos: para tomarse unas merecidas minivacaciones de invierno en el pueblo, con la mujer, los niños y la suegra, para descansar en las largas caravanas de la carretera, en las colas de la estación de esquí, o en el turno del mostrador de envoltorio de regalos de “El Corte Inglés”, para volver a reunirse con aquella parte de la familia a la que solo se ve en estos días ( afortunadamente) y que arrasarán con toda tu existencia de cava, brandy, jamón y turrones, o para observar con orgullo aquella nómina de diciembre incrementada con la paga extra, que indefectiblemente gastaremos en regalos para todo el mundo menos para uno mismo, al que siempre nos regalan corbatas, pijamas y calcetines ( sepa suegra que estoy hasta los cojones de que me compre cada año un pijama para navidad, a ver si un día se alarga con una cajita de Viña Ardanza). Todo ello hace de las fiestas de navidad un periodo entrañable que recordaremos los meses siguientes a fuerza de observar como se convierte en una empresa titánica rebajar el gasto efectuado en la tarjeta VISA por nuestra santa esposa.


Pero si hay algo que uno ansía con la ilusión de un colegial cinco minutos antes de salir al recreo, eso es la cena de empresa. ¡Ahh señores! la cena de empresa supera todo lo anterior, después de un año sin salir solo de noche, el lobo que todos llevamos dentro saca su instinto cazador y dispone de ¡ UNA! Noche de caza. Planificamos esa noche (que no volverá a repetirse, salvo milagro, en un año) como planificaría un ladrón su golpe perfecto, nos compramos ropa ex profeso (siempre adecuada para una persona 10 años más joven que nosotros), nos cortamos el pelo con el flequillo p´adelante y nos dejamos las patillas largas unos días antes, nos ponemos esa colonia que solo utilizamos para las grandes ocasiones, y salimos a la calle como salen los toros a la plaza, resoplando y escarbando con la pata, mirando a un lado y a otro. Y claro, acabamos provocando la sonrisa maliciosa de la parienta aunque sospeche de nuestras aviesas intenciones, si no nos llama gilipollas directamente.


Evidentemente en la cena bebemos como machos y contamos los chistes más lamentables que se escuchan en todo el año, y que las chicas de la empresa solo nos ríen porque somos el jefe , después nos dejamos llevar por los jóvenes a algún local de moda con nombre tan sugerente pronunciado en inglés como “The Club”, cuando nuestra edad y nuestra pinta de "Alfredos Landa" encajarían mucho mejor en otro pronunciado con acento español denominado “ The Puticlub”. Una vez dentro, si somos capaces de sobrevivir a la montonera que se forma en el guardarropía, los tímpanos no nos han reventado al ser sometidos al bombardeo “ music-house” , y alguna de las camareras de la barra se percata de nuestro metro setenta y pocos entre tíos de metro noventa y muchos y nos sirve el “destornillador” que le pedimos (previo descojone por su parte y solicitud de aclaración sobre que coño es un destornillador…) llegamos a una pista donde cientos de miles de personas se contornean al ritmo infernal de extraños sonidos electrónicos, y nos pasamos una hora para encontrar a alguien de la empresa. Cuando los localizamos, nos damos cuenta que la secretaria de administración, la misma a la que pagamos las tetas nuevas en Corporación Dermoestética con el importe del último "bonus", y con la que nuestra calenturienta imaginación se había hecho grandes expectativas los días precedentes, esta probando en un rincón de la sala la firmeza de sus nuevas prótesis con un niñato de los de 1,90, de pantalones caídos, brazos anchos como piernas y melena rubia rizada.


Nos tomamos tres cubatas más para olvidar la escena, y cuando conseguimos sacarnos de encima a una señora separada de otra cena de empresa, que no hace más que mover los michelines delante nuestro mientras sonríe, volvemos con la cola entre las piernas (solo faltaría que no) como lobos fracasados a casita. Antes de llegar, en la última rotonda, la policía nos detiene en un control de alcoholemia en el que damos positivo y nos impone una sanción de retirada de carné y multa de 600 €uros para finalizar la noche.


Pero no se preocupen, somos inasequibles al desaliento, el próximo año juramos perder 10 kilos, compraremos una camiseta de Custo BCN ajustada, una colonia Calvin Klein, iremos al mejor peluquero a cortarnos el pelo al uno, le tiraremos los tejos a la nueva recepcionista, y repetiremos uno por uno todos los errores cometidos.



Felices fiestas.