Se sentó un instante en aquel banco de la estación de Atocha, aún faltaba más de hora y media para la salida del AVE que le conduciría de vuelta a Barcelona y se sentía cansado tras un largo día de reuniones de trabajo; cansado y hastiado de su mísera existencia. Mientras esperaba la llegada del tren, recordó las últimas palabras que había cruzado con Esther, su secretaria madrileña:
.- Alberto, te dejo. No puedo seguir esperando eternamente que abandones a tu mujer y nos vayamos a vivir juntos.
Ella se levantó de la mesa con lágrimas en los ojos y le dejó allí en silencio observándola como se alejaba.
Alberto Santiesteban, nunca fue un hombre que se dejara amilanar, ni permitió en esa ocasión que los sentimientos le condicionaran una decisión difícil que según su criterio se debía tomar de forma razonada y no en la mesa de un restaurante. Había mantenido con Esther una relación furtiva desde hacía 12 años, al margen de sus respectivos matrimonios, y cada vez que ella le inquiría para que decidiera entre su familia y la relación que mantenían, una mezcla de conformismo y cobardía le atenazaban obligándole a posponer una determinación irremediable. A su manera la quería, quizás más incluso que a su propia mujer, pero alternaba ambas historias como una sucesiva concatenación de cariños compatibles en su cotidianeidad, que no le creaban más molestias que la gestión planificada de su agenda, tarea de la cual también se ocupaba Esther.
De repente una voz le sacó de su ensimismamiento:
.- ¿Me das fuego?
Estaba a punto de responder de forma mecánica que no fumaba, pero la juventud y belleza de aquella chica le hizo reaccionar como un resorte:
.- espera, no fumo pero creo que tengo en el maletín unas cerillas de promoción del restaurante.
Con una sonrisa, una muchacha de no más de 18 años, pelo alborotado, falda muy corta y lengua muy larga como recita la canción de Sabina, esperaba de pie mientras rebuscaba en uno de los compartimentos del maletín las cerillas.
.- Aquí están las putas cerillas… jejeje
.- Chico, si para todo haces esperar tanto, te abandonarán las novias…
.- Pues no andas desencaminada, pareces una bruja.
.- Algo de eso dicen de mí. ¿Puedo sentarme?
.-¡ Claro! creía que no me lo ibas a preguntar nunca ¿como te llamas?
.- Raquel.
Pensó que quizás le estaba echando demasiado morro, a fin de cuentas aquella chica podía ser menor de edad y él ya pasaba de la cuarentena, pero... ¡que cojones!
.- ¿Vas a Barcelona?
.- Quien sabe...
.- Jajaja, no me digas que ignoras el destino ¡vaya birria de bruja estás hecha!.
.- Y tú también. No hay un destino cierto, nada es planificable hasta el mínimo detalle, a veces la vida juega con nosotros y nos reserva sorpresas…
Aquella conversación empezaba a ponerse interesante. Una chica preciosa sentada a su lado, con aquella extraña sonrisa y un discurso excitante; Alberto empezó a sentirse seducido.
.- Bueno… quizás sea cierto y hoy los dos cambiemos decisiones que parecían ya tomadas.
Le guiñó un ojo mientras cogía su mano.
En ese preciso instante el AVE que les tenía que llevar a Barcelona hacía entrada por la Puerta de Atocha. Raquel acercó sus labios a los de Alberto dándole un beso fugaz, se levantó y devolviéndole el guiño le dijo:
.-me voy, pero no te preocupes esta vez la culpa no es tuya, es de un hijo de puta aún más grande que tú.
Y se lanzó al tren en el momento en el que este pasaba junto a ella.
Alberto ni siquiera reaccionó, se quedó allí, inmóvil, viendo como los servicios de SAMUR recogían el cuerpo de Raquel, contestando a mil preguntas de la policía, intentando comprender lo incomprensible. Transcurridas unas horas, llorando, marcó el número de teléfono de Esther.
.-Buzón Movistar, deje su mensaje después de la señal, gracias.
.-Esther te quiero. Perdóname … quiero vivir contigo... sigo en Madrid.