jueves, 5 de febrero de 2009

LA MANADA 14.

- Javi, dime que me quieres.


Un escalofrío recorrió mi espina dorsal desde la primera vértebra hasta el hueso sacro, nunca había pensado que aquella frase pudiera salir de los labios de Elvira. La miré intentando disimular el pánico, y esbocé una tímida sonrisa; su miraba era distinta, había cambiado aquella felina y seductora forma de mirarme, y ahora, desnuda y con la cabeza recostada sobre mi estómago, sus ojos delataban una ternura infinita.

Esa noche no habíamos follado como indefectiblemente hacíamos en cada encuentro, pidió que la acariciara, la besara y me quedara a su lado, dejó que entrara por primera vez al interior de su corazón y estuvo relatándome la desgraciada vida que arrastraba al lado del Coronel. Le conoció cuando ella apenas tenía 15 años y él era un cadete en la academia de oficiales de Zaragoza, sus padres, militares también, la empujaron a casarse con un individuo al que nunca amó. Gracias a Dios ( y unas trompas obstruidas) no tuvieron hijos, lo cual hizo aún más terrible la convivencia con esa especie de fascista con cara de imbécil que tenía por marido. Pronto llegaron las humillaciones en público y alguna paliza en privado, las señales de las cuales ella justificaba ante las amistades y vecinos como desmayos frecuentes debido a la tensión. Casi veinticinco años de condena junto a aquel salvaje.

Aprendió pronto a mentirle, buscó entre tanta mierda algún rédito personal y empezó a gastar el dinero que el Coronel ganaba de forma honrada y no tan honrada, a llevar una doble vida, y su colección de amantes creció a la misma velocidad que la barriga de su marido, hasta que llegué yo, me dijo; nunca antes había tenido una historia que hubiera durado tres meses, y conmigo hacía más de cinco años que nos veíamos de forma clandestina. Se preguntaba como un chico de veintitantos años seguía viéndose con una mujer de cuarenta y muchos, y entonces sus ojos se inundaban de lágrimas, quizás en esos momentos asimilaba aunque fuera solo por unos instantes su madurez, y el vértigo que le producía recordar una juventud tan lejana.

De pronto, el ruido de la puerta de entrada interrumpió como un relámpago aquella confesión de Elvira, afortunadamente ella siempre tenía la precaución de dejar las llaves puestas en la cerradura para que su marido no pudiera abrir si estábamos juntos, y el timbre empezó a sonar de forma insistente.


.- Rápido, escóndete en el armario.

.- No jodas ¡como voy a esconderme en el armario!

.- Rápido, seguro que viene a buscar algo que se ha dejado, son las 2 de la madrugada, y no termina la guardia hasta las 6.


No sé como le hice caso, pero esconderme en el armario me pareció la idea más peregrina, por tópica que se le podía ocurrir. El armario del coronel era un viejo ropero de cuatro puertas empotrado, lleno de uniformes y vestidos, con un insoportable olor a naftalina; me acurruqué como pude llevándome mi ropa, mientras Elvira corría a abrir la puerta. Pronto empecé a escuchar los gritos del coronel mientras se acercaba con Elvira por el pasillo, abrió de un golpe la puerta de la habitación y gritó:


.- ¡Sal de donde estés escondido cabrón! sé que te follas a mi mujer.

.- ¡Por Dios Leopoldo, deja de decir tonterías y ven conmigo a la cama! Ya te he dicho que tenía miedo, tal como están las cosas en este país prefiero poner la llave por dentro, nunca se sabe qué podría ocurrirle a una mujer sola por la noche.


Una grotesca risotada resonó por toda la habitación. El coronel había llegado borracho del cuartel con ganas de hacer uso del matrimonio, y tras una breve polvo, más parecido a las copulas perrunas, se quedó profundamente dormido junto a Elvira, que aprovechó la ocasión para sacarme de allí. En a la puerta y mientras me vestía con sigilo, volvió a mirarme, y con lágrimas en los ojos me suplicó de nuevo:


.- Javi, dime que me quieres, por favor.


La besé y me fui en silencio escaleras abajo, sus sollozos que se escuchaban detrás de la puerta, podían haber despertado a todo el edificio excepto a su marido. Esa fue la última vez que vi a Elvira, los acontecimientos que estaban a punto de desencadenarse me impidieron decirle nunca, que yo de alguna forma también la quise.