miércoles, 24 de junio de 2009

AKELARRE






Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, o dicho de otra forma, que estamos en periodo solsticiar, cuelgo este relato remasterizado y corregido tras mi viaje a Navarra de esta semana santa.


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Llovía insistentemente aquella tarde, Anna llevaba más de seis horas conduciendo su pequeño Opel Corsa desde Barcelona hasta las inmediaciones del Valle de Baztán en Navarra. El paisaje hasta entonces había sido maravilloso, bosques de abetos centenarios se erguían a banda y banda de los cristales del vehículo, había transcurrido mucho rato desde que había dejado la autopista y se adentraba por carreteras secundarias. De forma sorpresiva una espesa niebla empezó a cubrir la carretera impidiendo la visión a más de dos metros de distancia y en cambio no cesaba de llover, era la primera vez que se encontraba en esa situación, y aunque no era una mujer fácil de atemorizar sentía una inquietud extraña.


Hacía más de un año que redactaba su tesis doctoral sobre la persecución de la brujería por parte de la Inquisición en España, y le interesaba profundamente la leyenda de las brujas de Zugarramurdi. La historia se remontaba al año 1610; el inquisidor Alvarado se instaló en Zugarramurdi acusando a más de doscientas cincuenta personas de prácticas de brujería, cuarenta de ellas fueron llevadas a al Tribunal del Santo Oficio, dieciocho admitieron tras ser sometidas al tormento haber mantenido reuniones con el diablo, de los cuales ocho fallecieron presas y el resto fueron condenados a la pérdida de todos sus bienes y prisión perpetua, once procesados negaron hasta el final las acusaciones del fiscal, seis fueron quemados vivos y los cinco restantes que habían fallecido en prisión, fueron condenados en efigie.

El objeto del viaje era pasar la noche del veintiuno de Junio, solsticio de verano, cerca de las cuevas en compañía de Itziar, una compañera de Universidad originaria de Pamplona gran conocedora de la historia y tradiciones de su tierra junto con unos amigos de esta. Había traído abundante hierba de cosecha propia cultivada en el balcón del apartamento que compartían en Barcelona, alcohol, y unos monguis alucinógenos que había comprado por Internet en una Web llamada Isla Tortuga. Itziar le esperaba desde hacía un par de días acampada con sus amigos en el que Caro Baroja denominó "prado del cabrón", en las inmediaciones de las cuevas, y le había prometido rememorar uno de los akelarres que se celebraban durante la edad media con todos sus ritos y litúrgias, eso sí, sin brujas; su amiga era una cachonda impenitente, y según le había comentado sus dos amigos estaban como quesos.

Por fin llegó al desvío que se adentraba en el pueblo de Zugarramurdi, tal como le había indicado su amiga, tras un kilómetro escaso a la salida, el estrecho camino le conducía al prado donde debían estar acampados. Iluminó con los focos del vehículo y allí estaba la tienda de campaña. No vio a nadie, nada extraño con la lluvia que caía pensó, debían estar sin duda en el interior de la pequeña canadiense. La espesa niebla impedía observar la belleza del paisaje, pero se intuía un verde profundo de la vegetación que se enmascaraba lentamente con la caída de la tarde.

Se acerco rápidamente a la tienda con la sorpresa de encontrarla vacía.

.- Estarán en el pueblo pensó, con esta lluvia se habrán acercado a tomar unas copas.

Aún no eran las ocho de la tarde del día más largo del año y estaba oscureciendo, parecía como si la noche quisiera desplomarse impaciente sobre los valles navarros y envolver de misterio el ambiente. Anna sacó de su paquete de Marlboro un porrito ya liado y lo encendió, necesitaba desprenderse de la tensión del viaje y de aquella insistente inquietud que la atenazaba desde su llegada. Las primeras caladas le relajaron, la euforia del cannabis le empujó a salir al exterior y acercarse a la cueva de las brujas que se encontraba a escasos cincuenta metros, a esas horas no quedaba ningún vigilante y la entrada estaba franca. Con la tenue luz de su linterna se encaminó en dirección hacia la pared de roca y al acercarse divisó en el fondo de la cueva un pequeño resplandor, entró y observó una hoguera encendida casi al fondo de la caverna, intentó escudriñar con su vista todos los rincones de la oquedad pero no pudo divisar a nadie en la estancia salvo unos pequeños murciélagos colgados del techo en uno de los rincones; la marihuana y el cansancio del viaje estaban haciendo mella en Anna, y no tardó en dejarse caer profundamente dormida al calor de la hoguera.

De repente despertó sobresaltada por un calor intenso, la hoguera ardía ahora de forma muy viva, la luz que desprendía le impedía ver la entrada de la cueva, y al fondo de la misma unas sombras parecían danzar en la pared. Cuando pudo acostumbrar sus ojos a la luz, vio a su amiga desnuda bailando con los dos amigos alrededor del fuego una extraña danza con las manos entrelazadas, Itziar al ver que Anna había despertado se acercó a ella y besándola suavemente en los labios, le susurró al oído:

.- Ven, quítate la ropa y baila con nosotros la danza del carnero.

Anna estaba excitadísima, se dejó llevar por Itziar y empezó a bailar una extraña danza sin música, escuchando ensimismada las palabras en euskera que recitaba su amiga rítmicamente. El más alto de los hombres la cogió suavemente por la cintura, y le empezó a besar mientras la acariciaba, Itziar entre tanto ya estaba subida encima de su otro amigo. Follaron toda la noche, todos con todos en una extraña ceremonia lúdico-mística en la que en ningún momento Itziar dejaba de cantar las invocaciones demoníacas; fue una orgía fantástica, llena de sensaciones placenteras como nunca había vivido, ni siquiera en aquellas fiestas que organizaba Carlos, el tutor de la tesis en su casa de Barcelona, y que solían acabar en “petit comité” con los participantes en pelotas dentro de la piscina.

Casi de madrugada se quedaron todos dormidos.

Por la mañana le despertó el ruido del motor de un coche, miró a su alrededor sin encontrar ni a Itziar ni a sus amigos, se vistió deprisa y salió al exterior de la cueva. Fuera había estacionado un vehículo de la policía foral Navarra, uno de los agentes se acercó a ella y se identificó como el sargento Alvarado.

.- Buenos días señorita, ¿conocía a los chicos que acamparon en aquella tienda?

Anna pensó asustada que quizás les habían detenido por posesión de drogas, en la tienda había maría para que fumara un batallón de legionarios, acabáramos que a su edad, y a punto de terminar el doctorado terminara como imputada en un delito contra la salud pública.

.- Sí, Itziar era amiga mía, a los chicos casi ni les conozco ¿han hecho algo ilegal agente?

.- No, no se trata de eso, lamento tener que comunicarle una trágica noticia, sus amigos sufrieron ayer a las siete de la tarde un accidente de tráfico justo al salir del pueblo, lamentablemente no se pudo hacer nada por sus vidas, murieron en el acto, y hoy hemos sabido que estaban acampados aquí. Lo siento mucho señorita. ¿Necesita que la ayudemos?

No brotó ni una lágrima de sus preciosos ojos azules, el recuerdo de la pasada noche estaba tan vivo que todavía recordaba los olores, los sabores y el tacto de los cuerpos desnudos, recordó amargamente que Itziar siempre cumplía sus promesas, por eso era su mejor amiga, nunca le había fallado.

.- ¿Señorita, está Ud. bien? ¿Quiere acompañarnos a jefatura? Necesitamos su declaración.

Las sombras seguían danzando en el fondo de la caverna cuando los coches se alejaron en dirección al pueblo, mientras tanto, la hoguera se extinguía lentamente.