lunes, 22 de diciembre de 2008

OTRO CUENTO DE NAVIDAD


Lidia Luopes era arqueóloga, si bien había llegado a la arqueología un poco tarde, procedía de una familia de arquitectos en la que estudiar ciencias era una tradición, dibujar una afición y estudiar arte un hobby. Nadie en su familia entendió que dejara una prometedora carrera en un estudio de arquitectura para dedicarse a hacer agujeros. Porque así, con esa falta de aprecio, calificaba su padre el oficio de su hija.

Lidia había sentido desde pequeña auténtica fascinación por la ingeniería civil romana. Ella siempre decía que era una predestinación dado el nombre con el que la habían bautizado. Además, estaba segura de que alguno de sus antepasados debió de trabajar en aquellas obras en vista de lo mucho que le atraían. Estudió arquitectura por imposición paterna, al igual que el resto de sus hermanos. Su padre siempre había sido muy “progresista” en cuanto a la educación de sus hijos. Así, siempre les impuso lo que tenían que estudiar, incluso les matriculó él mismo en la escuela de arquitectura, para evitar despistes. Con ese mismo “espíritu abierto”, reunía a sus hijos en el comedor de su casa cada día de elecciones y les daba en sobre cerrado las papeletas con las que debían votar, no fuera que alguno pensara por sí mismo y votara algo poco adecuado. Sentía que eso era lo mejor para sus hijos. A pesar de todo, Lidia adoraba a su padre, pero no sus métodos. A ella le hubiera gustado estudiar Historia, pero en esto sólo encontró el apoyo de su madre. Incluso sus hermanos preguntaban para qué valía eso; ante lo que ella respondía: “para conocer la respuesta a esa pregunta”. Pero al final obedeció y estudió arquitectura. Ahora, en las excavaciones, se sentía libre, hacía lo que siempre le había gustado. Al tiempo, estaba preparando su tesis doctoral sobre el acueducto de Segovia. Y, quizá, por eso, había aceptado trabajar en una de las excavaciones que se llevaban a cabo en Clunia a cuyo convento jurídico romano perteneció Segovia.


Los tiempos eran difíciles para la cultura, en general, y la arqueología, en particular.


La Junta de Castilla y León era la que mantenía, a base de subvenciones, aquellas excavaciones. Sin embargo ya les habían anunciado que, salvo que encontraran algún resto importante que justificara la existencia de aquella actividad, no podrían mantenerla abierta.


Lidia y sus compañeros estaban desesperados, trabajaban sin descanso desde hacía meses. En Clunia habían encontrado restos de un teatro, del foro, de termas y de varias casas. Todos intuían que debió haber un templo y la curia. Pero ninguna de las fotografías aéreas habían dado datos al respecto, los vestigios superficiales no conducían a nada en concreto… y el plazo se terminaba. A todos les encantaba su profesión, pero también era un modo de vida. Si no encontraban algo pronto tendrían que dejarlo. La mayoría de ellos tenía un puesto de trabajo en alguna de las universidades de la zona. Lidia, sin embargo, tendría que volver a su actividad como arquitecto y, esta vez, al estudio de su padre. No sólo le molestaba tener que darle la razón, sino que, además, no le soportaba como jefe. Si era mandón en casa, en la oficina, simplemente, se consideraba el amo y señor. Si no conseguían la subvención tendría que volver a casa con las orejas gachas.


Era Nochebuena, en Clunia, entre piedra y piedra, cincel y pincel, habían preparado la cena para todos los arqueólogos. Habían previsto unos entrantes con productos de la tierra y un lechal asado sobre brasas. La Nochebuena fuera de casa no era muy alegre pero no podían perder tiempo en ir y venir. O descubrían algo importante que justificara una nueva subvención o deberían irse a casa para finales de año. Era una noche fría y clara, propia de Castilla. Allí en medio del campo el cielo se veía estrellado. Alguno de los compañeros era capaz de distinguir las constelaciones. El espectáculo era formidable. Lidia vio un lucero extremadamente brillante- “¿Qué estrella es esa?”- Preguntó. “Es Rigel de la constelación de Orión”- le dijo su compañero. “¿Tú crees que los luceros nos podrán ayudar?”- Inquirió Lidia. “No creo- le respondió el arqueólogo- pero por pedir un deseo que no quede”. “Bueno-contestó Lidia- hace más de 2000 años una estrella iluminó el mundo, dicen que aquella era un cometa pero…¡Quién sabe, soñar es gratis!” Y pidió su deseo.


No se fueron muy tarde a la cama, había que madrugar para trabajar, ni el día de Navidad se podía descansar. Lidia tenía el sueño fácil y en seguida se durmió.


.- Julius le preguntó a su abuelo: ¿abuelito que escribes en esa tabla encerada?


.- Estoy describiendo nuestra aldea Julius, así si alguien lo lee en el futuro podrá saber como vivíamos aquí en Clunia. Ya sé que unas tablillas enceradas no son muy consistentes, pero ¡quién sabe!.. Si la guardo en el sótano de nuestra casa, al estar en el bosque, la humedad del suelo la puede conservar.


.- Pero abuelito y para qué quieres contarlo, lo verán. Y, si se destruye la ciudad, si ya no pueden verla, yo creo que a la gente que venga después no le importará nada lo que aquí había.


- Pero Julius, a ti te encantan las historias de la antigua Roma y me haces contarte, una y otra vez, cómo fue reconstrucción de nuestra aldea. Lo difícil que fue rehacerlo todo a pesar de la gran ayuda que nos prestaron nuestro emperador, Tiberio, y los dioses a los que veneramos en el templo. Por eso, para que en el futuro sepan de nuestro trabajo, para que no tengan que empezar desde cero, les quiero dejar estos escritos firmados por mí, Marcus Luiopis. Ingeniero. Espero que esto valga a tus nietos como a mi me valieron las instrucciones de mis antepasados.


En ese instante, Lidia de despertó sobresaltada. Había estado soñando. Se despertó con una sensación de que alguien desde el pasado le empujaba a excavar. Cogió las fotos aéreas que se habían hecho de la zona. A ella siempre le había parecido que en el bosque cercano la naturaleza crecía haciendo algunas formas poco corrientes en el suelo. Su jefe no la había querido hacer caso cuando se lo comentó hace tiempo. Tomó su instrumental y se fue al bosque situado detrás del teatro romano. Al alba se levantaron algunos de sus compañeros que, en cuanto la vieron, se acercaron a ver que hacía. Les contó su sueño y la certeza intuitiva que tenía de que allí, en aquel bosque, podrían encontrar restos romanos. A todos les pareció una locura, pero era Navidad, les quedaban 5 días para poder encontrar algo que justificara una renovación de la subvención. Al fin y al cabo no tenían mucho que perder y, por otro lado, era cierto que nunca habían trabajado en aquella parte del bosque.


Tras dos días de acarrear palas de tierra en las que no había nada y estando ya al borde de la desesperación, uno de los compañeros de Lidia tropezó con lo que parecía un pico de metal. Era un elemento alargado y triangular. Cuando consiguió desenterrarlo, no podía dar crédito; se trataba de un gnomon, el instrumento romano por excelencia para determinar el norte astronómico a través de la circunferencia creada por la sombra que el sol iba proyectando a través de esa aguja metálica. Los romanos, extremadamente panteístas, no querían desatar las iras de los hados, por eso construían sus edificios orientados al norte. El entusiasmo corrió entre los arqueólogos. Midieron el terreno y trazaron escuadras en las que cada uno empezó a trabajar.


En el terreno excavado aparecieron dioptras, que servían para medir ángulos; un corobate o instrumento de nivelación; un odómetro cuya función era medir la longitud de las calzadas.


Mientras, el jefe de la expedición viajó a Valladolid para hablar con los funcionarios y altos cargos de la Junta de Castilla y León. Tras algunas entrevistas, presentar un informe con varias fotos, recibir la visita de los técnicos de la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad y de un sin fin de papeleo, consiguió que la Subvención les fuera prolongada un año más.


El día de 5 de enero, Lidia seguía trabajando. Todos sus compañeros habían decidido parar al atardecer e ir a festejar la noche de Reyes al pueblo. Pero a ella, aquel día, la excavación le atraía sobremanera. Había decidido seguir, a la luz de una linterna y un foco, hasta la noche. A eso de las ocho, su cincel tropezó con algo que parecía madera. Sacó el polvo con un pincel. Con una espátula, cuidadosamente, fue haciendo hueco al hallazgo. Poco a poco, desenterró un objeto de madera, rectangular, que contaba con dos anillas de cuero en medio; cuando de abría tenía forma de libro. En su interior se podía descifrar una inscripción en latín en la que se explicaba cómo era el pueblo de Clunia. La tablilla contenía la firma del Ingeniero de las obras, Marcus Luiopis. Lidia, nerviosa y emocionada, depositó cuidadosamente la tablilla. Su sueño había sido un presagio. Con lágrimas en los ojos, comprendió que su apellido Luopes podía tener algo que ver con aquél Luiopis. Quizá su abuelo romano le había permitido mantener su independencia lejos del despacho de arquitectura de su padre. Quizá aquella estrella a la que pidió un deseo era, auténticamente, la estrella de navidad.



Mercedes.



Nota del propietario del Blog:

Este es un cuento remitido por Mercedes, que a la vista de mi desidia navideña en actualizar el blog, se ha prestado a echarme un capote.