sábado, 18 de julio de 2009

EL CAFÉ DE LAS VIDAS IMAGINARIAS.

NOTA ACLARATORIA:

Este es un pequeño cuento que he escrito para ilustrar a los personajes que periódicamente publicamos en una web de escritores aficionados y rendir homenaje a uno de los mejores.

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El “Bar Elatos” era un establecimiento peculiar. Se hace difícil describir el local; una pequeña cafetería ubicada en el centro de la ciudad de las letras extraviadas, unas cuantas mesas de mármol blanco, réplicas perfectas de aquellas que hace no tanto tiempo Cela ubicó en el café La Delicia, una pequeña barra regentada por Gonzalo, el propietario del bar, un viejo gruñón cuya principal virtud era la de escatimar ginebra en los cubalibres para contribuir a la salud del sistema biliar de sus parroquianos, y por qué no decirlo a incrementar su cuenta de resultados. Un garito sin televisión, sin máquinas tragaperras, donde no se organizan partidas de cartas, ni de dominó. En las paredes unas estanterías llenas de libros viejos empolvados por el tiempo y el desuso le daban al establecimiento un cierto toque intelectual.

Allí estaban reunidos desde hacía años una serie de personajes en la que ellos consideraban la tertulia literaria de referencia; el capitán, un pirata viejo y malhumorado, especializado a escribir pequeños relatos en los que reflejaba las fantasías inconfesables de la vida imaginaria que nunca pudo vivir. No se caracterizaba por su sociabilidad, al contrario, no le iría mal trabajar un poco el campo de la empatía, pensaban algunos de sus compañeros. La Mary, desde que Ender les abandonó, quizás la voz con más autoridad de la tertulia. Una madre para todos, no por su edad, válgame Dios, sino por su afán de ejercer como anfitriona y su capacidad para que todos se sintieran a gusto en la mesa; siempre tenía un comentario amable, una sonrisa en el momento preciso y unos versos que hacían las delicias de la concurrencia. Lucía, un pequeño ratón nocturno de ojos enormes, especialista en escribir relatos “del mes” aún en contra de su voluntad. Stavros “el griego”, un simpático personaje a los ojos de la mayoría, siempre dispuesto a regalar los oídos de algunos de sus contertulios, un comercial como la copa de un pino a los ojos de otros, normalmente los que no se sentían halagados por él –la envidia es muy mala-. Nunca aparecía sin una rosa para Mary, una poesía para Lucía, un pequeño frasco de perfume para Io, en definitiva, un detallista; el capitán tenía su opinión particular sobre él, pensaba que un hombre de su talento no debería perder el tiempo en promocionar sus escritos, que por otro lado se promocionaban solos, pero la opinión del viejo cascarrabias nunca sentó cátedra en ese exclusivo club, y más de un día se las tuvieron tiesas. Manuel Trigo, el espejo en el que todos buscaban reflejarse. Un auténtico triunfador por méritos propios, cuya novela la Esfera Negra, había dado la vuelta al mundo vendiendo millones de ejemplares convertida en un best seller de referencia. También participaban de la tertulia, Io, Gonzalo Gala, Valentín Martínez, Lázaro, Juan Miguel Rossi, Miranda, Max Tropiero, Pecador, Mercedes, permítanme que me detenga en Mercedes, uno de cuyos textos fue el más delicioso relato de viajes leído en la tertulia del “Bar Elatos”, además de otros personajes que me dejo en el tintero para no convertir esta pequeña historia en una reseña de escritores.


.- ¿No se dan cuenta señores, que llevamos años leyendo nuestros propios relatos, halagándonos mutuamente con comentarios ostentosos, sin un mínimo atisbo de crítica?


El capitán aquella tarde tenía, si cabe, aún peor humor que de costumbre, y seguía recriminando a sus estupefactos interlocutores:

.- Nadie en este puñetero antro es capaz de hacer un comentario objetivo ante la ingente cantidad de textos mediocres que leemos cada tarde, somos, y me incluyo en el lote, una manada de borregos regalando los oídos a cualquier “juntaletras” con tal que ese mismo “juntaletras” nos engorde el ego cuando sea nuestro turno.

En ese instante, Stavros “el griego” saltó como un resorte de su silla, y encarándose al capitán le espetó:

.- Oiga capitán, si pretende faltarnos al respeto ni es el lugar indicado, ni Ud. la persona idónea para hacerlo. Le recuerdo que es Ud. uno de los autores más valorados de esta tertulia, y además no se caracteriza tampoco por su ecuanimidad.

Mary como una de las decanas de la tertulia intentaba poner paz en la discusión:

.- Stavros, si bien es cierto que la forma no es la correcta, quizás el capitán en el fondo tiene algo de razón, las valoraciones que hacemos en muchas ocasiones no se ajustan a la realidad, y votamos muchas veces esperando la reciprocidad de nuestros compañeros.

El capitán se encendía cada vez más, y su tono subía decibelios a medida que los contertulios realizaban sus intervenciones fueran para criticar su postura o para valorar el punto de vista que aportaba.

.- ¿Cuanto hace que nos abandonó Ender? ¿ Alguien le recuerda? ¿Recordáis sus requerimientos, sus críticas? Hace más de veinte años que no salimos de este bar, escribimos textos que luego leemos con gran pompa ante nuestros propios compañeros esperando sus comentarios de loa y alabanza. Cuando alguien entra por primera vez, en lugar de guiarle y enseñarle los secretos del oficio, estamos más pendientes de ganarnos su afecto para ponerle de nuestro lado, y con ello ni le hacemos un favor al recién llegado ni nos lo hacemos a nosotros mismos.

Manuel Trigo pidió silencio ante el tumulto de voces que protestaban y con semblante serio se dirigió al capitán:

.- Capitán Espárrago, Ender nunca nos abandonó. Fíjese bien en su retrato colgado junto a la estantería de los cuentos ignorados, aquellos que nunca tuvieron una sola valoración, y que nadie leyó jamás, entre ellos alguno de los suyos capitán. Ender es nuestro creador, y Ud., Stavros, Mary, Lucía, Gonzalo, Mercedes, Miranda, Io, incluso yo mismo, somos los personajes de ficción que él fue dibujando en sus relatos. Nuestra vida está escrita en papel, somos extraños trazos de tinta, no existimos capitán más allá de la imaginación de Ender. Ud. nunca ha navegado en el “Nuestra Señora de Montserrat”, ni se suicidó tras ver morir a su mujer, Ud. jamás ha participado en akelarre alguno, ni siquiera es el pobre Federico que tuvo que saltar ante los disparos del conejo gigante. Desengáñese capitán, nunca escribió ningún cuento de Navidad, y sus escasas incursiones por la poesía, y por qué no decirlo carentes de todo interés, no son más que los sonetos sin sinalefa desechados del gran Ender, quien al escribir compulsivamente iba diseñando nuestra propia vida de ficción. Dele la vuelta a la mesa capitán y verá en ella su pasado y lamentablemente su presente y su futuro.


El capitán, con un gesto de resignación y ante las miradas compasivas del resto de sus compañeros de tertulia giró el mármol blanco que cumplía las funciones de escritorio y pudo leer:

Aquí yace el Capitán Jack Espárrago.

1998-2007 +


.- Cada una de las mesas del local es un epitafio, capitán. Son nuestras propias tumbas convertidas en mesas de tertulia. Fallecimos cuando nuestro creador terminó sus relatos, y vivimos la vida imaginaria que los mismos textos nos permiten vivir. Por eso ninguno de nosotros ha salido nunca fuera de este bar, y quien entra nuevo es porque Ender sigue escribiendo allá donde esté y creando nuevos personajes que se integran en el grupo.

¿Cada semana le hemos de estar contando lo mismo, capitán? Ande, tómese su té y deje de dar la lata.

miércoles, 15 de julio de 2009

LA MANSION DEL TERROR.



La noche se había cerrado en una oscuridad siniestra, solo rota por los fantasmagóricos destellos de los relámpagos. Era más de medianoche y la tormenta caía sobre la casa del lago como un Armagedón bíblico; el estridente retumbar de los truenos aturdía por momentos los sentidos, dejando al descubierto nuestra vulnerabilidad.

Solía aparecer pasadas las doce. La casa del lago era su morada y regresaba para convertir nuestra vida en una pequeña franquicia del Averno. Acurrucadas en una esquina del desván, Alicia y yo nos abrazamos llorando al oír el rechinar de la verja del jardín; los pasos torpes del monstruo chapoteaban en los charcos mientras un sonido gutural brotaba de aquella fétida garganta. La bestia partió de una coz la puerta de entrada y gritando empezó a subir las escaleras hacia nuestra escondite. Los vetustos peldaños de madera crujían a su paso como un preludio siniestro de la tragedia.

Nunca había visto a Alicia tan asustada, miré su carita de ángel y aquel terror reflejado en sus ojos me convenció por fin de la imperiosa necesidad de luchar por nuestra vida.

Cuando abrió la puerta del desván, Carlos empezó a desabrocharse los pantalones iniciando el mismo ritual de todas las noches que llegaba borracho del bar. Intentó pegarme como hacía siempre antes de acercarse a Alicia, pero esta vez me abalancé sobre él y le clavé en el cuello un enorme cuchillo de cocina que tenía escondido bajo la alfombra. Pude ver como se desangraba en un rincón de la habitación; intentaba articular alguna palabra y su mirada implorada una piedad que nunca había tenido con nosotras. Lentamente su vida se fue extinguiendo ante nuestra presencia.

En silencio esperamos la llegada de la policía, y Alicia por primera vez en muchos meses se durmió tranquila en mis brazos. Nunca más desde aquella noche hemos regresado a la casa del terror.