lunes, 20 de septiembre de 2010

EL ENCARGO






Cada mañana realizo el mismo trayecto para trasladarme al trabajo, se podría decir que soy un hombre de costumbres. Para ello utilizo el vehículo privado, un viejo utilitario que todavía no da excesivos problemas y que me permite suplir la crónica deficiencia de transporte público en esta ciudad; un recorrido de apenas tres kilómetros entre las calles más concurridas de Barcelona hasta el viejo almacén del puerto donde trabajo como contable. Mi vida no ha sido precisamente exitosa, ni tan siquiera excitante; una existencia vulgar como la de millones de personas anónimas que transitan por este mundo sin más pretensiones que cumplir con su instinto de supervivencia.

Uds. se preguntarán como puede ser posible que haya llegado a esta situación; yo también. Quizás cada uno de nosotros no descubrimos nuestra misión en este mundo hasta que esta se nos revela por alguna extraña circunstancia, de forma sorpresiva, como un requerimiento súbito de la Agencia Tributaria. Les puedo asegurar que en ningún momento me había planteado la posibilidad de que mi existencia trascendiese a la cotidiana rutina. Nunca he sido una persona de imaginación desbordante; aprecio el orden y la meticulosidad. Estoy casado con una mujer que me ama, soy padre de dos hijos a los que adoro, y si me permiten la autocomplacencia, disponía de una vida organizada y sin excesivos deseos de cambiarla. Era en definitiva un hombre relativamente feliz.

Esta mañana al disponerme a utilizar el coche, una idea ha empezado a rondar mi pensamiento como la letra de una extraña y repetitiva letanía. Mis manos acariciaban el volante como se acaricia a una amante clandestina, recorriendo con las yemas de los dedos el cuero que lo envolvía con una pasión extrema. Arranqué el motor y escuche por unos instantes el suave ronroneo, giré por la primera esquina de la calle cambiando el trayecto habitual hacia el trabajo y dirigí el auto hacía una concurrida avenida del centro de la ciudad. Parecía como si el recorrido de mi viejo utilitario se hubiera sincronizado con los pasos de aquel niño que en ese instante se disponía a cruzar por el paso escolar. Aceleré. Créanme si les digo que fue un acto reflejo, producto de aquella voz que se repetía en mi mente al compás de la extraña melodía que no cesaba de canturrear. Escuché el golpe en el capó; me pareció observar por un segundo las caras de horror de algunos viandantes, y por el retrovisor la imagen ensangrentada del chico en el asfalto.

Intenté acercarme rápidamente con el vehículo hacia el almacén donde trabajo y aparqué en la puerta. Subí las escaleras de forma pausada, como cada mañana, mientras saludaba a uno de los mozos que acarreaba unas cajas con una carretilla. Me senté en la mesa de mi despacho y como hago habitualmente me dispuse a tomar el primer café.

Hace años que ya no nos vestimos con túnicas medievales, ni utilizamos aquella farragosa guadaña. Las muertes, en sus múltiples formas, adoptamos la personalidad que nos es más propicia para nuestro fin. Una ingrata tarea, cierto, pero necesaria. Alguien ha de verificar la inexorable caducidad de nuestras existencias. Siempre es lamentable tener que ir a buscar una vida incipiente como la de este niño, pero cuando llega la orden, se activa nuestra naturaleza y la ejecutamos, como un mecanismo de precisión consuma todos los movimientos de forma automática. No hay vuelta atrás.

Pienso en mi familia; no lo hubieran entendido. Por ello tuve que matarles antes de salir de casa. No quería condenarles a una existencia de remordimientos y vergüenza. Solo yo debo ser responsable de mi trabajo y de las consecuencias desagradables que estas obligaciones conllevan; antes como contable, ahora como encomendado del ser supremo. Oigo las sirenas de policía, no tardarán más de unos minutos en llegar. Debo apresurarme con el café. Parece que por fin han cesado las voces.

9 comentarios:

David Gómez Hidalgo dijo...

Hacía tiempo que no me pasaba por tu blog, también debo decir que tenía un ojo puesto y que la producción, igual que la mía ha bajado un poco.

Hoy me ha atraído muchísimo el título de la entrada y me he puesto a deborar las lineas como hacía tiempo no lo hacía.

Fantástico relato el que has construído. Siempre digo que es difícil construir una historia tan buena en tan pocas palabras. Tú lo has conseguido.

Saludos.
PD: Supongo que no te molesta que publiqué un enlace del texto en el facebook para lo puedan disfrutar mucha más gente.

Ciudadana C dijo...

Los relatos de este tipo contados en primera persona ... dan mucho que pensar...
Todos llevamos un ser sádico dentro ¿no crees? solo que no siempre podemos escucharle y hacerle caso (por suerte para los demás)
Me ha impactado.

Rara Avis dijo...

Me ha gustado mucho el relato, tal vez un poco apresurado el final, me hubiese gustado que fuera un pelin más largo, pero me ha encantado...

Abrazos...

Niña hechicera dijo...

Me uno al coment da Bolzano...hace muchísimo que no te leo,estoy en plan vago con mi propio blog y he flipao con el relato.
Muy bueno,muy bueno.Acojonante en toda la expresión y la extensión.
Aprovecho y te mando un saludo,Captain.
;)

Martikka dijo...

Uf...lo veía venir. La imagen que has colocado de cabecera ya daba la pista. Impactante final, como ha de ser.

¡Saludos!

Niña hechicera dijo...

Gracias a tí por volver por la bocatonta,la vocalista te envía una sonrisa.

:)

Mercedes dijo...

Oír voces...Oír voces… ¿Eso no es propio de la esquizofrenia?

Si ya se sabe que no son todos los que están, ni están todos los que son.

:)

Se me ha quedado un poco corto. Y, como casi siempre, el vuelco final- marca de la casa- me gusta. Para "no haber sido nunca una persona de imaginación desbordante" no está nada mal.

Y eso de: " se nos revela por alguna extraña circunstancia, de forma sorpresiva, como un requerimiento súbito de la Agencia Tributaria." me ha llegado al alma. Es la plasmación más palpable de lo mundano y terrenal. Debe ser la contradicción entre el "mito y la realidad" que dice el otro en “el lado oscuro”.

Me ha gustado.

RAMON MUNTAN dijo...

Gracias a todos.

Bolzano por supuesto que no me molesta.

Ciudadana Coja, la salsa del relato es que esté escrito en primera persona... coñe.

Ayshane y Mercedes, no es que me haya especializado en microrelatos, es que soy muy vago. Como podéis ver contesto a todos con un único comentario tal que fuera catalán.

;)

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Bueno, esa sensación la tenemos algunos de cuando en cuando.
A veces veo muertos...